Ayer estuvieron a cenar nuestros amigos Fabrizio e Irene, profesores de italiano. Fabrizio apenas lleva un año dando clases nocturnas, pero Irene hace dos o tres que enseña en un instituto de Seraing. Un colegio elitista en la zona más chunga de una ciudad chunga ya de por sí. Incomprensiblemente el instituto se llama Aire Puro, y su director se da tono porque lleva a los alumnos como cirios. A los alumnos y a los profesores, porque de todos hace fichas que actualiza regularmente, y que guarda bajo llave en un archivo:
—Pone en rojo las cosas malas, y en boli negro las cosas buenas —nos explica Irene—. Yo vi un día de lejos mi ficha y sólo tenía una frase en negro.
Este año además han instalado cámaras en las aulas con un sistema de reconocimiento de imagen, que permite controlar en tiempo real si los estudiantes están sentados en el lugar que les corresponde.
Irene se ha dejado
tupé flequillo para ocultar los
piercings de las cejas, y se pone un fular para ocultar el pequeño tatuaje que lleva en la nuca. Un día lo vio, por casualidad, uno de sus alumnos: por algún motivo se obsesionó con el tatuaje y empezó a dibujarlo de manera compulsiva, primero en cuadernos, luego en la puerta del cuarto de baño, y al final en las paredes, acompañándolo de llamadas esotéricas a la rebelión. Casi los expulsan de la escuela. A los dos.

Como Irene tiene la piel alabastrina, los ojos azules y el pelo liso, sus colegas no se creían que era italiana. Primero circuló la especie de que había nacido en un cantón alpino de habla alemana; más tarde se aceptó comúnmente que era eslovena de nacimiento, aunque de padre francófono, y que había hecho su doctorado en Trieste. Esto último era lo único cierto.
—Claro, ellos veían que yo no soy morena, ni tengo bigote, ni como espaguetis con las manos, y no se podían creer que de verdad era italiana. Traté de explicárselo, pero como por entonces yo aún no hablaba bien francés, no se creían que lo que decía era lo que
realmente quería decir.
Así que al final Irene se hartó, se apuntó a un solárium y se dio cuatro o cinco sesiones de rayos uva. Y cuando al fin empezó a parecer un poco italiana se restableció el orden cosmológico y los profesores del instituto de secundaria Aire Puro pudieron respirar tranquilos.