Tirandillo

Tirandillo
Diez años justos de garambainas. No está mal. Aquí lo dejo para explorar otras formas de correspondencia. Mi intención es reunir una o dos veces al año textos parecidos a los que he venido publicando aquí, y enviarlos por correo postal. Para recibirlos —gratis, mientras pueda permitírmelo—, envíame tus señas a la dirección siguiente:

Nos seguimos leyendo.

lunes, 31 de diciembre de 2018

Es curioso volver a ver la serie Tremé. En 2014 la primera temporada resultaba desconcertante, ya que en ella varios de los protagonistas abandonan ostentosamente los proyectos políticos que —parecía— iban a vertebrar el resto de la serie. Viéndola en 2018 uno comprende que aquello de lo que verdaderamente trataba esa temporada era de unos cuantos hombres que poseen un alto concepto de sí mismos aunque se rinden ante el primer obstáculo, mientras que las mujeres que tienen a su alrededor se rompen los cuernos por transformar la realidad.

(La frase «aquello de lo que verdaderamente trata» lleva muchos años fascinándome. Delata la súbita revelación de un itinerario interpretativo que viene a eclipsar en un instante otras lecturas, propias y ajenas, que hasta entonces se habían tenido por no menos «verdaderas». Es una frase con la que todavía se puede hacer carrera académica, independientemente de lo que le ponga uno detrás). 

También es sustancialmente distinta la experiencia de ver la serie después de haber visitado Nueva Orleans. Como desde entonces me he convertido en un mitómano del R&B, sé que ese señor con bigote que sale en un estudio de grabación es Allen Toussaint; que la señora que despluma al póker a todos los músicos es la mítica Irma Thomas; que no era nada previsible que Trombone Shorty se uniera un rato a la banda dixie del aeropuerto. Sólo necesito ver el mobiliario de los garitos para saber si la escena se ambienta en el Maple Leaf, el d.b.a., el Snug Harbor, el Spotted Cat o el Preservation Hall. Pero no sólo reconozco los lugares y entiendo los chistes privados, sino que con frecuencia he estado sentado exactamente en la misma mesa o en el mismo lugar de la barra en el que se sientan los actores protagonistas. Casi me choca no ver en alguno de los planos a Kathleen o a nuestra amiga Veronica tomando un sazerac. Trataremos de venderle a David Simon nuestros vídeos de las vacaciones para la tan ansiada como improbable quinta temporada.

Gracias a la serie he podido ver el interior del Backstreet Cultural Museum, que estaba cerrado el día que fuimos por un causa de fuerza mayor. Esa causa fue evolucionando conforme esperábamos en el porche a que amainase uno de esos proverbiales chaparrones de Louisiana: primero el dueño estaba enfermo, luego estaba ausente y al final había recibido visita de unos parientes lejanos que lo tendrían ocupado hasta tres días después. La vida de aquel señor transcurría a un ritmo trepidante.

Estuvimos hablando de esto el otro día con Julia y Chris, que acaban de volver de Nueva Orleans, donde ambos crecieron, y adonde hacía muchos años que no iban. Los invitamos a una fondue de queso aprovechando que coincidíamos todos unos días en Berlín y que además teníamos alojada en casa a Allison, una colega de Kathleen que había leído los trabajos de Julia y tenía ganas de conocerla. La ciudad —contaban— ha cambiado mucho. Sobre todo en términos de integración: los blancos ahora pueden participar en las actividades de los afroamericanos, como en los *second lines*. (Pero la integración, por supuesto, no ha funcionado en sentido contrario).

—Volviendo a la serie —dice Allison—, ¿son todos actores locales?

—No todos —dice Julia—, aunque siempre se basan en tipos reales. Steven Zahn, el actor que interpreta a Davis McAlary, adopta incluso los gestos y la prosodia del auténtico Davis.

—¿Cómo? —pregunto, estupefacto—; ¿conoces a DJ Davis?

—Bueno, Davis McAlary es el personaje de ficción, pero se basa en Davis R., un tipo pintoresco de Nueva Orleans. Fuimos juntos al colegio, y solíamos pasar un montón de tiempo juntos.

Christopher nos cuenta que una de las primeras veces que vio a Julia le propuso llevarla en coche a casa, y le preguntó si quería que llevase también a su amigo. «Oh —respondió ella—, no hace falta. Sólo es Davis».

—El tío —prosigue Chris— ha sido detestado por todos y desde siempre. Era típico estar en una fiesta y oír a alguien comentar «¿pero quién diablos ha invitado a Davis?». Ni siquiera su hijo quiere saber nada de él. Tiene un hijo adolescente que cuando se lo cruza por la calle no lo saluda. «Joder, tronco —le decía la gente, en tono de reconvención—, te has cruzado con padre y te has hecho el loco». «¿Y?», respondía él, como si fuese lo más natural del mundo.

—Pese a todo no es un mal tipo —añade Julia—. Asesoró un montón a David Simon cuando estaba rodando la serie.

El aire adquiere lentamente una singular luminosidad, un sensual contraste polarizado, y yo me empiezo a dar un aire como a Adrien Brody. Es que en nuestra fondue también se está fundiendo la ficción televisiva.

domingo, 16 de diciembre de 2018