Tirandillo

Tirandillo
Diez años justos de garambainas. No está mal. Aquí lo dejo para explorar otras formas de correspondencia. Mi intención es reunir una o dos veces al año textos parecidos a los que he venido publicando aquí, y enviarlos por correo postal. Para recibirlos —gratis, mientras pueda permitírmelo—, envíame tus señas a la dirección siguiente:

Nos seguimos leyendo.

martes, 13 de agosto de 2019

Nuestros ministros y rectores nos vuelven tarumbas con sus golpes de timón. Todos quieren que nuestras universidades suban en los ranking universitarios, pero tienen demasiada vergüenza de confesarlo abiertamente. Lo más cerca que están de ello es decir que «quieren que seamos como Harvard», lo que, por supuesto, no significa que vayan a darnos las condiciones de trabajo de los profesores de Harvard, ni a reducir las clases al tamaño de las de Harvard, ni a subir los precios de matriculación a la altura de los de Harvard. Quieren que, sin ser Harvard, seamos como Harvard en los rankings. No tienen en cuenta, en cambio, que los rankings están hechos para que la mejor universidad sea Harvard (o Standford, u Oxford, o Yale, pero no la nuestra).

Nuestros ministros y rectores nos reúnen en clusters de investigación artificiosos, fomentan colaboraciones contra natura, inventan estímulos para que publiquemos más de lo que nadie puede (ni, sobre todo, quiere) leer, tuitean exultantes cada acto que tiene lugar en el paraninfo, y todo ello lo hacen porque no han dedicado diez minutos a estudiar los criterios con los que se conforman los rankings universitarios.

Yo sí he dedicado diez minutos a estudiar los indicadores con los que se conforman los rankings universitarios y he dado con la solución. Lo que hay que hacer es una película.

Los criterios de jerarquización que más puntúan para las agencias QS y Times High Education son la reputación de una universidad entre el conjunto de profesores y la reputación de una universidad entre los empresarios; también importan las tasas de estudiantes y de profesores internacionales. (Con los rankings de CWUR y ARWU (Shanghai) mi plan no funciona tan bien, ya que su metodología es menos gilipollesca).

El problema de nuestra universidad no es que sea mala —que, a lo mejor, también—: el problema es que nadie ha oído hablar de ella. Un buen blockbuster la pondrá en el mapa y hará que los estudiantes potenciales se interesen por ella, y que los profesores encuentren molongui dar clase en sus aulas. Cuando los investigadores de otros países vean un artículo nuestro, lo citarán más, recordando que fue escrito en las trincheras de la última guerra mágica, entre humeantes boñigas de triceratops y la epidermis desinflada de calamares alienígenas. Cuando las agencias de ranking entrevisten a una directiva o a una catedrática y le pregunten qué universidades le parecen buenas, dirá «ah, sí, y también aquella de la película, donde salía un monstruo mutante y despedazaba con los maxilares de su culo al ministro de educación de un país centroeuropeo francófono».