Tirandillo

Tirandillo
Diez años justos de garambainas. No está mal. Aquí lo dejo para explorar otras formas de correspondencia. Mi intención es reunir una o dos veces al año textos parecidos a los que he venido publicando aquí, y enviarlos por correo postal. Para recibirlos —gratis, mientras pueda permitírmelo—, envíame tus señas a la dirección siguiente:

Nos seguimos leyendo.

viernes, 20 de agosto de 2021

Estoy con Óscar en el parque, buscando bellotas para tirarlas al agua y escuchar cómo hacen «pluc», cuando oímos el ruido de un motor. Óscar aguza las orejas y dice «tío», que en su lengua quiere decir «helicóptero». Los helicópteros son una de las cosas que más le gustan; deben de parecerle animales mitológicos o dioses.

Cuando pasa sobre nosotros vemos que no es un helicóptero, sino una avioneta. No importa: si un hipopótamo puede ser un «guau guau» y yo puedo ser «mamá», no veo por qué una avioneta no puede ser un helicóptero. La saludamos al grito de «¡tío, tío!», haciéndole fiestas de náufrago. Pero entonces veo que la avioneta arrastra una banderola, y que la banderola hace publicidad de la AfD, por lo que dejo a Óscar en el suelo y me pongo a hacerle cortes de mangas.

Se conoce que hoy es el día escogido por ese partido xenófobo y reaccionario para entrar en campaña, porque sus militantes también han llenado de carteles las farolas de nuestro barrio. Si la banderola de la avioneta decía «Vota libertad», los carteles de las farolas precisan: «la libertad son los coches».

Los mismos que se ríen del partido animalista han hecho del suyo un partido automovilista. Otros carteles de la AfD y de los ultranacionalistas Hannoveraner prometen más plazas de aparcamiento en nuestro barrio. No sé cómo querrán hacer: si se crean más plazas de aparcamiento en el barrio, habrá que llevarse el barrio a otro barrio, porque ya hay coches aparcados en todos los sitios aparcables, e incluso en muchos otros sitios que en principio deberían servir para que los vecinos puedan cruzar las calles.  

Lógicamente, para un partido de extrema derecha es embarazoso que la libertad guarde algún nexo con los ideales ilustrados, con el desmantelamiento de vínculos neocoloniales, con el derecho a elegir el país de residencia o con la posibilidad de idolatrar los helicópteros que cada uno escoja. Por eso, se entiende que haya tenido que comprar en un todo a 100 una libertad de plasticurrio, que consiste en no vacunarse, tener un coche y que el municipio te pague un lugar donde dejarlo.

Muchos mártires de esa libertad han debido de decirse que, ya que de momento no puede haber más coches porque están ocupados todos los aparcamientos y todas las aceras, por lo menos pueden hacer que los coches sean más grandes. Y así es como poco a poco se nos va llenando la ciudad de SUVs.  

Estoy leyendo The Social Construction of Reality, y allí se dice que un objeto puede ser signo de hostilidad aunque no sea empleado con finalidad hostil. Un cuchillo clavado en la puerta, por ejemplo, no le hace daño a nadie, pero expresa inequívocamente una animadversión. Pues bien, eso son para mí los SUVs: un cuchillo clavado en la puerta.

Un SUV hace lo mismo que un coche normal —contaminar, atropellar, meter ruido, ocupar espacio, desgravar impuestos y transportar gente que casi siempre podría ir en autobús— pero además incluye 500 kilos de suplemento semiótico. Viene a ser lo que el diario del domingo al diario del lunes, pero a lo bestia.  

De esos 500 kilos extra, la mayoría sirve para expresar de una manera extravagantemente cara el desprecio por todos los seres vivos y por los esfuerzos que hacen muchos vecinos y algunos gobiernos por dejar un planeta más o menos habitable tras de sí.

Por supuesto, los vendedores de estos coches y los compradores que creen necesitarlos para superar sus enrevesados complejos traen siempre preparada una batería de excusas con las que se podría montar un buen monólogo cómico que a ellos mismos les haría sonreír si alguna vez hubieran cruzado la calle a pie delante de un SUV. Todos nos autoengañamos un poco, lo normal o mucho, pero el grado de iluso virtuoso solo lo alcanzan los propietarios de esos carros blindados para el uso civil con los que pretenden liberarnos a todos hasta la náusea.