Tirandillo

Tirandillo
Diez años justos de garambainas. No está mal. Aquí lo dejo para explorar otras formas de correspondencia. Mi intención es reunir una o dos veces al año textos parecidos a los que he venido publicando aquí, y enviarlos por correo postal. Para recibirlos —gratis, mientras pueda permitírmelo—, envíame tus señas a la dirección siguiente:

Nos seguimos leyendo.

sábado, 23 de junio de 2018

Hay días en que me siento como si padeciera el síndrome de déficit de ¿he dicho ya que en el restaurante chino de Tilff —en uno de los dos restaurantes chinos de Tilff— han incluido al fin dos platos vegetarianos? Pedí el chop suey de tofu, y cuando terminé me trajeron una galleta de la suerte en cuyo interior había un papel que ponía attentez l’instant opportun, «atente el instante oportuno». Se resuelve así, tras de muchos años, esa vieja obsesión mía de saber quién escribe los mensajes de las galletas de la suerte: indudablemente, se trata de una célula durmiente de terrorismo gramatical.

El otro día llovió un poco y en mi despacho salieron tres goteras que daba gloria verlas. Debajo de una puse el ficus, que me lo agradeció lágrimas en los ojos, aunque diciendo por lo bajini «tiene que caerse el mundo para que me riegues, fistro, pecador». Puse la papelera encima de la impresora, que era donde caía la segunda gotera. A la tercera, como la veía más crecidita, la dejé de responsable de aquello y me bajé a dar parte al decanato. Allí me explicaron que no era cosa de ponerse estupendo ahora porque de todos modos la renovación de la azotea está prevista para octubre. Que, por si acaso, alejase de las goteras los dispositivos electrónicos. Sumiso, subí y comencé a correr muebles, consiguiendo perder los exámenes de tres cursos y romper un tiesto —vacío— que llenó el suelo de cascotes. Cerré la puerta detrás de mí, colgué el cartel de «zona catastrófica» y me fui a ver la exposición del Cirque Divers. 

El Cirque Divers fue un colectivo de artistas yeyés que hacían lo que entonces se hacía en arte: fiestas de culos, censos de ombligos e instantáneas de personas que llevan un abrigo de leopardo. «Atente el momento oportuno» bien podría haber sido su divisa, y quizá fueran ellos los auténticos destinatarios de ese mensaje que cayó en mis manos por haber encomendado a un situacionista la organización del sistema de comunicación clandestino.  

En 1980 los del Cirque Divers trajeron al colectivo Fluxus para que diera un concierto que luego resultó que consistía en apilar panes de molde delante de la pantalla de un televisor. Un modernusco que firmaba «Ben» pintó de negro un lienzo de regulares dimensiones y escribió encima, con letras infantiles que parecían espaguetis, «yo expongo por la gloria». Glen Baxter, Roland Topor y Fernando Arrabal pasaron por allí y se debieron de sentir en su salsa. Del último se expone —no sé si por la gloria— un collage que parece de Alberto Corazón: una parejita de burgueses contempla arrobada un busto de Karl Marx que flota en el espacio. De un tiempo a esta parte es para lo único que está sirviendo el bueno de Marx.