Tirandillo

Tirandillo
Diez años justos de garambainas. No está mal. Aquí lo dejo para explorar otras formas de correspondencia. Mi intención es reunir una o dos veces al año textos parecidos a los que he venido publicando aquí, y enviarlos por correo postal. Para recibirlos —gratis, mientras pueda permitírmelo—, envíame tus señas a la dirección siguiente:

Nos seguimos leyendo.

viernes, 25 de octubre de 2013

«En mi vida he visto muchas cosas espantosas: los muladares de Guatemala capital, el manual de dermatología de mi hermano, el lavado de vísceras de vaca para hacer callos a la madrileña, el retrete de un bar de copas valón en una madrugada de domingo, las clases de literatura de Francisco Caudet; pero, con toda sinceridad, nada es más espantoso y sobrecogedor que el jersey que llevas puesto hoy». Esto es lo que le he dicho esta tarde a mi colega Lot. No he tenido más remedio. Su jersey ha tomado posesión de mi voluntad y me ha susurrado esas palabras al oído. Lot no se lo ha tomado muy bien. Se ha dado media vuelta y ha hecho un comentario en neerlandés que sonaba como aquella vez que metí un kilo de nueces en una licuadora.

El día había empezado temprano y con tan sólo cinco horas de sueño, porque el comité de barrio me había tenido la noche anterior discutiendo hasta las tantas sobre el señalizado del carril bici. Después de la clase de las 8 me metí en un congreso sobre representaciones literarias del pueblo, en el que Alain V., François P. y Pierre P. se enzarzaron en una jugosa discusión sobre la función del latiguillo «tout se passe comme si», tan frecuente en los escritos de Pierre Bourdieu. ¿Operador ficcional que introduce un excurso literario? ¿Indicador hipotético compatible con el método científico? ¿Simple herencia barthesiana? A pesar del madrugón y del déficit de sueño, las réplicas y contrarréplicas me hacían sentir vivo y afortunado.

Sin embargo, cuando me enfrenté al jersey del infierno eran ya las siete y media de la tarde; entre medias quedaban tres cafés, dos tutorías, otra clase, un bocata comido de pie y una reunión bastante kafkiana sobre los criterios de admisión a un nuevo máster cuyo contenido y utilidad nadie atinaba a explicar con convicción. Cualquiera de esos factores tomados por separado podría explicar la transformación de un mogwai en gremlin. Súmesele el hecho de que esa misma mañana ya me había cruzado con otra persona que llevaba un gato gigante estampado en la blusa:

—¡Caray, qué miedo da ese gato!
—¿Por qué? —responde la persona en cuestión, que era una secretaria—; ¿no te gustan los animales?

También me gustan las lentejas con chorizo, las series de televisión inglesas donde se dicen muchos tacos y los poemas pornográficos de Edmond Haraucourt. ¿Debería reproducirlos sobre mi ropa? Es lo que tiene la pragmática: que a veces tienes que dar por válidas respuestas completamente non sequitur si no quieres que te tomen por un sociópata.

Sea como fuere, todo aquel que hubiese visto el jersey de Lot entendería que lo que realmente necesitaba explicación no era mi comentario, sino la reacción de esta joven y por lo demás simpática colega.

Se trata de un jersey de punto ancho, tejido en lana color azul turquesa, cuya pechera está enteramente ocupada por la cara de un gato marrón. Los ojos de ese gato son del mismo color que el fondo, y por lo tanto parecen transparentes, como en una de aquellas imágenes superpuestas de los vídeos caseros de principios de los 90. El gato lleva un lazo rosa anudado al cuello, y unas enormes gafas de secretaria. No tiene cuerpo, su cabeza salvajemente bidimensional flota en el espacio activando reflejos condicionados ancestrales, haciendo aullar a los perros y cortando la nata en el frigorífico. Los colores se dan de bofetadas, el motivo pone los pelos de punta y las mangas, en fin, son demasiado largas, sin que parezca que Amnistía Internacional sea consciente de la gravedad del asunto.

Lo raro, pues, no era mi comentario, sino la reacción ofendida de Lot. Lo que cualquiera habría esperado era más bien una explicación por el estilo de «unos yonkis han okupado mi apartamento, se han comido el resto de mi ropa y he tenido que elegir entre ponerme esto o venir a la facultad en top less». O «me lo he puesto con la intención de que alguien me lo quite apasionadamente». O «era parte del fondo de armario de Amy Winehouse que subastaron en eBay». O «lo llevaba puesto mi madre cuando me concibió». O «soy daltónica y no sé de qué gato me estás hablando». O «gracias a este jersey someteré a todos los líderes mundiales e instauraré el imperio milenario de Moloch».

Unos minutos después le pedí perdón a Lot; le dije que no sabía cómo había podido ser tan rudo, y le aseguré que en el fondo soy un mogwai inofensivo y cortés.

A la mañana siguiente recibiría un e-mail en el que Lot me preguntaba cuál era mi talla, y me enviaba un enlace al catálogo en línea de la marca que fabrica los jerseys. Tienen también un modelo con un cervatillo que pasta en un campo granate, y otro con un unicornio cuyo cuerno parece un poste de barbero.

sábado, 12 de octubre de 2013

Todo el sábado perdido en ir a Amberes a una reunión de la benemérita asociación de... No diré de qué, no vaya a ser que se enteren. De una de esas corporaciones académicas que establecen relaciones según criterios nacionales, y no académicos. Dos veces al año la junta directiva se reúne en un restaurante para discutir el presupuesto, que fundamentalmente se invierte en cubrir los gastos de viaje y de manutención de la junta directiva. En la junta directiva estamos casi todos los miembros efectivos de la asociación. En Bélgica la suma de ministerios, comisiones, células, asociaciones y comités es muy superior a la del número de habitantes, de modo que todo el mundo pertenece a siete u ocho de estas congregaciones, y muy poco espabilado hay que ser para no llegar a presidente de alguna, o por lo menos a vocal. Con dos amigos, un hámster y un Mr. Potato en regular condición que asuma el secretariado cualquiera puede constituir legalmente una ONG autorizada a recibir donativos de instituciones públicas. 

Comenzamos la reunión de hoy hablando del desmadre que hubo en la embajada de La Haya, donde una gestora dejó a deber miles de euros ya comprometidos para actividades culturales. No es que se los quedase, sino que los gastó a lo loco en invitaciones desproporcionadas y en piscolabis literarios.

—¡Que no se los gasten en comer —exclama nuestra presidenta—, que nos lo den a nosotros!
Yo le comento por lo bajini:
—Esto... Yolanda, que nosotros también nos lo gastaríamos en comer...
—Ya —responde ella con una miaja de retranca—, pero lo nuestro sería una comida científica.

Luego se habla de la página web de nuestra asociación, que recibe unas 200 visitas mensuales. Incluidas las de los propios colaboradores, que suelen sumar varias decenas, y las de las personas que llegan a ella por error, que seguramente son la mayoría. Se discute si habría que publicar, por ejemplo, el anuncio de un espectáculo de flamenco que se organiza en un garito de Utrecht.
—Esto ya lo hablamos, y quedamos en que no.
—A menos que sea una cosa de alta calidad. Pero lo demás, los cursos de salsa, los bares de tapas y esas cosas no hay por qué difundirlas.
—¿Y si las tapas son de alta calidad?

La discusión se prolonga otra hora. Basta que salgamos del restaurante para que se nuble. En otras circunstancias habría soltado uno de esos tacos con los que tirita el verbo, pero en esta ocasión no me importa: de todos modos pasaré la tarde en un vagón de tren.

viernes, 11 de octubre de 2013

Esta Erasmus tardía, de belleza
desconcertante, en uno de los trece
meses en que cualquier mujer florece
y atisbamos de la naturaleza

el arcano intuido tantas veces,
esta Helena de Troya rediviva,
¿no es trágico que todo el rato escriba
esemeses repletos de memeces?

(Lo es. Pero el autor también precisa
que estaría dispuesto a cualquier cosa,
a perder los amigos y la esposa,

el iPad, el trabajo y la camisa
tan sólo a cambio de que le escribiese
Helena alguna vez un esemese.)

N.B. Todos los hechos y personajes de este soneto son ficticios. Cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia.