Tirandillo

Tirandillo
Diez años justos de garambainas. No está mal. Aquí lo dejo para explorar otras formas de correspondencia. Mi intención es reunir una o dos veces al año textos parecidos a los que he venido publicando aquí, y enviarlos por correo postal. Para recibirlos —gratis, mientras pueda permitírmelo—, envíame tus señas a la dirección siguiente:

Nos seguimos leyendo.

jueves, 30 de mayo de 2019

Las clases pudientes de Madrid han aupado a la presidencia de la Comunidad a una mujer de una incompetencia fabulosa, a una nini cuyo mayor mérito hasta ahora —explicaba Ignacio Escolar— ha sido gestionar en redes sociales el perfil del perro de Esperanza Aguirre. Es una de esas personas capaces de sostener con completa seriedad que la luna es romboidal si el contrincante político afirma lo contrario. Luego la peña se asombra de lo de Trump. Claro que, cuando uno tiene guita, el candidato y el discurso son lo de menos.

En el informativo alemán explicaron el otro día que, en estas últimas elecciones europeas, el partido más votado por las personas que tienen entre 18 y 60 años son los Verdes. La pera, oyes. Kathleen dice que entonces solo es cuestión de tiempo que los ecologistas consigan la hegemonía en la Unión. Yo soy menos optimista: llevo veinte años creyendo que la hegemonía de la derecha en España era también un problema generacional, y mira cómo nos luce el pelo. Igual es que en Alemania los conservadores se mueren sin dar la lata, mientras que en España se reencarnan en el heredero más próximo, al que de repente le entra un escalofrío y se echa el Barbur por los hombros.

Alberto Garzón hacía ayer en El Diario un diagnóstico que, de aperitivo, incluía un panorama histórico de la emancipación proletaria desde el Egipto faraónico. No estoy seguro de lo que quiere decir, pero entiendo que la culpa de lo que ha ocurrido en la Comunidad de Madrid este 26 de mayo la tienen el archiduque Francisco Fernando de Austria, el calientamiento climático y, por encima de todo, la división de la izquierda. Sin embargo, la derecha ha demostrado estos últimos meses que lo que importa no es la unión ni la división, sino la definición o la indefinición —donde el busilis, desde luego, no es definirse, sino indefinirse—.

La izquierda ganaba cuando se indefinía, porque en realidad lo que la izquierda propone son cosas de cajón que hay que ser un desalmado para rechazarlas: evitar la devastación del planeta, intentar que no mueran por nuestra culpa los habitantes de otros países y mantener, mediante unos impuestos razonables, la calidad de vida general que conocimos todos los que no somos millennials.

La definición de la izquierda como izquierda puede ser el principal problema de la izquierda. Esto no lo digo yo: esto lo decía, con los hechos, el primer Podemos. Ese que anda ahora con el hatillo al hombro sin Dios ni amo ni perro que le ladre. Me pregunto, por ejemplo, en qué medida la transformación de Unidos Podemos en Unidas Podemos, supuestamente más inclusivo, ha tenido un efecto excluyente, casi tan excluyente como la lección de física hidráulico-electoral con la que Alberto Garzón echaba ayer balones fuera. Es un debate que a muchos de izquierdas nos cansa sin que hayamos entrado resueltamente en él.