La única salida teórica a este atasco es el referéndum pactado, pero casi nadie quiere llevarla a la práctica: unos, porque pondría en cuestión el dogma de la integridad territorial; otros, porque no están tan seguros de que el sentimiento de pertenencia nacional que presentan como hegemónico sea tan hegemónico como lo presentan. Se están barajando muchas otras soluciones, a cual más delirante. Yo tengo una, desglosada en cuatro sencillos puntos, que no lo es menos.
En primer lugar, trasladar la capital de España a Gerona. Tal cual. Que —vamos a ver— tampoco es tan dramático. No se trata de llevarse el parque del Retiro con los patos y montaña artificial, sino de habilitar una nave industrial para el Congreso y otra para el Senado. Estoy seguro de que en Gerona hay algún bar donde pueden reunirse los ministros con las condiciones de seguridad y baratura a que están acostumbrados.
Al cabo de diez años, iniciando una dinámica de rotación por turno negociado, la sede del gobierno se movería a Badajoz. A ver si así de paso mejoran de una vez la línea de tren.
Segunda medida: un pacto de partidos por una educación nacional. Porque me pega que el concierto educativo actual cada vez se parece más a la prensa de provincias, donde, como me decía una vez Eduardo, el día del apocalipsis zombi la noticia de primera plana será «en Carbajosa se ha caído una vaca a una zanja». Una estudiante de San Sebastián, muy trabajadora y entusiasta, me decía esta semana que hasta el año pasado, y salvando los extractos recogidos en un manual de bachillerato, sólo había leído literatura escrita por vascos y en euskera. Doy por hecho que se la habrá leído toda. Si esto le resulta escandaloso a alguien, que se pare a considerar que en Madrid ni siquiera en las carreras de estudios hispánicos se lee literatura de expresión no castellana. O que es más fácil seguir cursos de catalán en Buenos Aires que en Madrid. Mi conclusión: hay que aprovechar la crisis territorial para solucionar el desbarajuste educativo, y viceversa. Lo que no consiguió Gabilondo acaso lo consiga Junqueras.
Por último, un referéndum. Pero no un referéndum de autodeterminación, sino un referéndum sobre la forma de Gobierno a escala nacional. Que ya va siendo hora. Si sale república, los independentistas catalanes habrán visto satisfecha de forma incruenta la mitad de sus reivindicaciones. Y si sale monarquía, los republicanos nos seguiremos jorobando otros veinte o treinta años, hasta que le llegue el turno a una de esas princesitas rubias, que no sé ni cómo se llaman, y por clemencia hacia sí misma o hacia el primero de los hijos que entonces tenga, se plante y deje que nos desgobernemos solos.
Post scriptum: La estudiante donostiarra me explicó otro día que en también en las clases de lengua española del instituto solían leer, traducir y comentar textos en castellano.