Tirandillo

Tirandillo
Diez años justos de garambainas. No está mal. Aquí lo dejo para explorar otras formas de correspondencia. Mi intención es reunir una o dos veces al año textos parecidos a los que he venido publicando aquí, y enviarlos por correo postal. Para recibirlos —gratis, mientras pueda permitírmelo—, envíame tus señas a la dirección siguiente:

Nos seguimos leyendo.

jueves, 12 de octubre de 2017

Decía en la radio Àngels Barceló que la única serie que está siguiendo es una titulada Procés, que tiene mucho intríngulis. Si es una serie, lo que hemos visto esta semana llevaba guión de David Lynch. El señor que iba a proclamar la independencia de Cataluña saltó del anuncio de lo que haría a dejar sin efecto lo que había hecho, sin pasar por el momento de hacerlo. El inquilino de Moncloa salió de su letargo para preguntar por escrito, como hicimos mentalmente casi todos, qué es lo que había ocurrido realmente aquella tarde. Entre una cosa y otra, un portavoz del partido en el gobierno declaró con mucha pompa que no reconocía la no-declaración de independencia, lo que —como me hizo notar Patricio— fue lo más cerca que nadie estuvo aquella tarde de proclamar la independencia de Cataluña.

La única salida teórica a este atasco es el referéndum pactado, pero casi nadie quiere llevarla a la práctica: unos, porque pondría en cuestión el dogma de la integridad territorial; otros, porque no están tan seguros de que el sentimiento de pertenencia nacional que presentan como hegemónico sea tan hegemónico como lo presentan. Se están barajando muchas otras soluciones, a cual más delirante. Yo tengo una, desglosada en cuatro sencillos puntos, que no lo es menos.

En primer lugar, trasladar la capital de España a Gerona. Tal cual. Que —vamos a ver— tampoco es tan dramático. No se trata de llevarse el parque del Retiro con los patos y montaña artificial, sino de habilitar una nave industrial para el Congreso y otra para el Senado. Estoy seguro de que en Gerona hay algún bar donde pueden reunirse los ministros con las condiciones de seguridad y baratura a que están acostumbrados.

Al cabo de diez años, iniciando una dinámica de rotación por turno negociado, la sede del gobierno se movería a Badajoz. A ver si así de paso mejoran de una vez la línea de tren.

Segunda medida: un pacto de partidos por una educación nacional. Porque me pega que el concierto educativo actual cada vez se parece más a la prensa de provincias, donde, como me decía una vez Eduardo, el día del apocalipsis zombi la noticia de primera plana será «en Carbajosa se ha caído una vaca a una zanja». Una estudiante de San Sebastián, muy trabajadora y entusiasta, me decía esta semana que hasta el año pasado, y salvando los extractos recogidos en un manual de bachillerato, sólo había leído literatura escrita por vascos y en euskera. Doy por hecho que se la habrá leído toda. Si esto le resulta escandaloso a alguien, que se pare a considerar que en Madrid ni siquiera en las carreras de estudios hispánicos se lee literatura de expresión no castellana. O que es más fácil seguir cursos de catalán en Buenos Aires que en Madrid. Mi conclusión: hay que aprovechar la crisis territorial para solucionar el desbarajuste educativo, y viceversa. Lo que no consiguió Gabilondo acaso lo consiga Junqueras.

El siguiente punto es la renovación urgente de los símbolos españoles. Tenemos un himno que cada vez que suena nos crece el bigote: que lo quiten y pongan cualquier cosa. El «La la la» de Massiel (que tiene la misma letra), un cosita de Serrat o, qué sé yo, una canción del verano que no sea completamente intolerable. La bandera tampoco tiene arreglo: propongo sustituirla por un diseño ajedrezado que imite los manteles de los restaurantes populares, que es donde todos nos sentamos a hacer patria. Qué bonito sería ver la bandera de España y no pensar ya en el alcázar de Toledo, sino en ese menú del día por 9,50 que tiene gazpacho con guarnición, arroz con leche y un vinito (falso) del Penedés.

Por último, un referéndum. Pero no un referéndum de autodeterminación, sino un referéndum sobre la forma de Gobierno a escala nacional. Que ya va siendo hora. Si sale república, los independentistas catalanes habrán visto satisfecha de forma incruenta la mitad de sus reivindicaciones. Y si sale monarquía, los republicanos nos seguiremos jorobando otros veinte o treinta años, hasta que le llegue el turno a una de esas princesitas rubias, que no sé ni cómo se llaman, y por clemencia hacia sí misma o hacia el primero de los hijos que entonces tenga, se plante y deje que nos desgobernemos solos.

Post scriptum: La estudiante donostiarra me explicó otro día que en también en las clases de lengua española del instituto solían leer, traducir y comentar textos en castellano.

domingo, 8 de octubre de 2017

               PRIMEROS DE OCTUBRE

Convocados por octubre, en el minuto amarillo
de una ciudad sucia, rompe la oleada de vencejos.
Debe de ser confortante formar parte de una tribu
soldada, que evoluciona con movimientos parejos
entre los muros y aleros de un país ineficiente
y viejo. Pero sospecho que esta imagen está lejos
de ser cierta, y la bandada se mueve a espasmos de envidia
y rencor; que un ave piensa «nadie escucha mis consejos»,
y otra «menudos aires se da aquel», o «este aletea
sólo cuando le conviene», o «no estoy para festejos»,
«¿alguien sabe dónde vamos?», «cuando empezamos con esto
tenía gracia», y las más: «¡cuán gritan estos pendejos!».