Tirandillo

Tirandillo
Diez años justos de garambainas. No está mal. Aquí lo dejo para explorar otras formas de correspondencia. Mi intención es reunir una o dos veces al año textos parecidos a los que he venido publicando aquí, y enviarlos por correo postal. Para recibirlos —gratis, mientras pueda permitírmelo—, envíame tus señas a la dirección siguiente:

Nos seguimos leyendo.

domingo, 26 de agosto de 2012

Ayer estuvieron a cenar nuestros amigos Fabrizio e Irene, profesores de italiano. Fabrizio apenas lleva un año dando clases nocturnas, pero Irene hace dos o tres que enseña en un instituto de Seraing. Un colegio elitista en la zona más chunga de una ciudad chunga ya de por sí. Incomprensiblemente el instituto se llama Aire Puro, y su director se da tono porque lleva a los alumnos como cirios. A los alumnos y a los profesores, porque de todos hace fichas que actualiza regularmente, y que guarda bajo llave en un archivo:
—Pone en rojo las cosas malas, y en boli negro las cosas buenas —nos explica Irene—. Yo vi un día de lejos mi ficha y sólo tenía una frase en negro.
Este año además han instalado cámaras en las aulas con un sistema de reconocimiento de imagen, que permite controlar en tiempo real si los estudiantes están sentados en el lugar que les corresponde.
Irene se ha dejado tupé flequillo para ocultar los piercings de las cejas, y se pone un fular para ocultar el pequeño tatuaje que lleva en la nuca. Un día lo vio, por casualidad, uno de sus alumnos: por algún motivo se obsesionó con el tatuaje y empezó a dibujarlo de manera compulsiva, primero en cuadernos, luego en la puerta del cuarto de baño, y al final en las paredes, acompañándolo de llamadas esotéricas a la rebelión. Casi los expulsan de la escuela. A los dos. 
Como Irene tiene la piel alabastrina, los ojos azules y el pelo liso, sus colegas no se creían que era italiana. Primero circuló la especie de que había nacido en un cantón alpino de habla alemana; más tarde se aceptó comúnmente que era eslovena de nacimiento, aunque de padre francófono, y que había hecho su doctorado en Trieste. Esto último era lo único cierto.
—Claro, ellos veían que yo no soy morena, ni tengo bigote, ni como espaguetis con las manos, y no se podían creer que de verdad era italiana. Traté de explicárselo, pero como por entonces yo aún no hablaba bien francés, no se creían que lo que decía era lo que realmente quería decir.
Así que al final Irene se hartó, se apuntó a un solárium y se dio cuatro o cinco sesiones de rayos uva. Y cuando al fin empezó a parecer un poco italiana se restableció el orden cosmológico y los profesores del instituto de secundaria Aire Puro pudieron respirar tranquilos.  
Oh, Dios, qué desastre soy. Se supone que participo en un grupo de investigación internacional sobre prensa satírica y no hecho absolutamente nada desde que mandé aquella bibliografía, a mediados de 2011. Debería sacar un momento, ahora que aún no estoy demasiado agobiado por la corrección de exámenes, para por lo menos añadir algunas de las referencias que he encontrado estos últimos meses. A saber cuántas cosas excitantes habrán hecho ya los demás miembros. Teniendo en cuenta que lo financia el ANR, es probable que hayan organizado congresos, quizá incluso han publicado algún volumen, y yo, como siempre estoy en Babia, ni siquiera me entero de lo que me pierdo. En fin, me contentaré con aportar mi granito de arena. Espero que nadie me odie. Veamos... ¿cómo funcionaba aquello del Dropbox? Qué barbaridad, si hasta lo tengo instalado ya en mi ordenador. Aquí está, «Prensa satírica», veamos... ¿Cómo? ¿Hay un solo archivo? ¡¿Y lleva mi nombre?! Ah, es la bibliografía que envié hace un año. Bueno, entonces todo va bien. O no. 

jueves, 16 de agosto de 2012

Estábamos como locos por ver la exposición de Gerhard Richter en el centro Pompidou, pero resulta que cierra los martes. También el Louvre. Como dice Montoro, «la vida es como es, y te la encuentras». Sí estaba abierta la exposición de Robert Crumb, pero la librería había cerrado excepcionalmente, con consecuencias tan malas para nuestro humor como buenas para nuestro bolsillo. En el Museo de Arte Moderno —del que nunca habíamos oído hablar a pesar de que está al lado de la torre Eiffel— se les ha ido un poco la mano con lo de Crumb en: dos horas y media tardamos en recorrer la exposición, y eso que apenas nos detuvimos a leer las historietas. Resulta que Terry Gilliam coincidió con Crumb en una revista que dirigía Harvey Kurzmann... Hay casualidades que parecen causalidades.
Regresamos a Tilff. Un mercadillo ha atraído a curiosos de toda Valonia y aun de Flandes. Cada semana hay rastrillos en los pueblos de la zona, y todos movilizan a increíbles cantidades de gente. En Bélgica los trastos viejos de los otros despiertan pasión, y fuerza es admitir todo lo que la brocante ha hecho por la unidad cultural nacional. No me extraña, porque aquí pueden encontrarse artículos inconcebibles, como una pulidora que parece una aspiradora; una ensaladera articulada y electrificada que resulta ser un secador de pelo; una especie de tocador infantil al que le suponemos un uso educativo... (tocador en el sentido de consola complicada, no en el sentido de «affaire Dutroux»).
Más que la cerveza y la fritanga, parece ser la basura de los otros lo que después de todo constituye un signo identitario en esta comarca de tan difícil conceptualización... Kathleen me interrumpe en mis reflexiones:
—Deberías hacer un esfuerzo por no sentirte superior a los belgas.
—No, si realmente me parece estupendo que la gente venga a estos sitios a echar la mañana. Cualquier cosa con tal de que no anden metiendo ruido con las motos, o mendigando para comprar alcohol, o meando por las esquinas.
Eh, un momento, ¿quién ha dicho eso?