Tirandillo

Tirandillo
Diez años justos de garambainas. No está mal. Aquí lo dejo para explorar otras formas de correspondencia. Mi intención es reunir una o dos veces al año textos parecidos a los que he venido publicando aquí, y enviarlos por correo postal. Para recibirlos —gratis, mientras pueda permitírmelo—, envíame tus señas a la dirección siguiente:

Nos seguimos leyendo.

miércoles, 11 de marzo de 2020

Mudarse a L*** para estar menos en L***: el razonamiento me parece unos días de una lucidez fulgurante, y otros de una estupidez rematada. Hay en este gambito algo absurdo, de mudanza de divorciado, de ruina sobrevenida, de empresario en concurso de acreedores.

Cuando tenía veinticinco años viví en un palomar, o en algo que tenía un parecido poco o nada retórico con un palomar. Regresar a ese tipo de espacio tantos años después debería devolverme esa ligereza de juicio, esa agilidad mental del que puede leer todos los libros que quiera porque no tiene ninguno. Cultivaré el grado de incomodidad que hace falta para tener el espíritu alerta y la atención despierta. Tendré una maleta siempre hecha debajo de la cama siempre deshecha. Empezaré a escribir una página en la buhardilla, la continuaré en el parque y la remataré sobre la moqueta de un vagón de tren, en fase con el pulso sutil de las ciudades.

(Me repito este tipo de argumentos por la noche, pero si se levanta el viento las pizarras del tejado castañetean y le contagian a mi optimismo su temple destemplado).

En la mudanza se desenmascara nuestra vida, desnudando las esquinas y poniendo en evidencia los bibelotes a los que no hemos sido capaces de renunciar, cómicamente, durante años.

La nueva casa cambia el tono de nuestras melodías corporales, imprime nuevas tensiones a nuestros tendones, nos enseña nuevos gestos. De repente hemos olvidado cómo afeitarnos.  

También es como si hubiéramos dejado de afeitarnos por completo: la mudanza altera nuestra identidad social, como el que se depila todo el vello corporal o se pone el corte de pelo fringe; como el que se separa y se casa en segundas nupcias, deviniendo cuñado o yerno de otra gente. El matrimonio, en mi caso, es de conveniencia. La barba, también.

Desde la ventana de mi palomar veo el estanque del Jardín Botánico, al que bajan a abrevar patos, fochas y cormoranes. Me recreo en la fantasía de que alguno de ellos haya venido de Tilff, para echarme un ojo. Es fácil figurarse que los animales de cierta especie son siempre el mismo animal, que se ha encariñado de nosotros y nos sigue la pista. Julio Cortázar tenía un poema muy bonito sobre esto. También veo corretear a un bicho que al principio tomo por un conejo pero que después de todo puede que no sea un conejo.