Tirandillo

Tirandillo
Diez años justos de garambainas. No está mal. Aquí lo dejo para explorar otras formas de correspondencia. Mi intención es reunir una o dos veces al año textos parecidos a los que he venido publicando aquí, y enviarlos por correo postal. Para recibirlos —gratis, mientras pueda permitírmelo—, envíame tus señas a la dirección siguiente:

Nos seguimos leyendo.

jueves, 29 de noviembre de 2012

Hay días en los que no pasa nada. Y días en los que pasa todo.

Hoy ha habido alguien que ha entrado a formar parte de nuestra vida, y alguien que nos ha dejado para siempre, y alguien que ha regresado aunque nunca se había llegado a ir.

Hay alguien que había venido a trabajar y a quien una resolución administrativa con la fecha de hoy no le deja trabajar, ni terminar de venir.

Un amigo termina hoy de escribir un libro y me menciona en una nota al pie, que es el lugar en el que uno siempre ha querido verse inmortalizado.

Quien ha entrado a formar parte de nuestra vida no es una persona, sino una mosca. Nos sigue, nos observa y nos escucha. Nosotros le dejamos las migas en el plato.

Puesto en el trance de citar ejemplos de escuelas de vanguardia, un estudiante ha mencionado el futurismo, el dadaísmo y el onanismo.

En lo que a mí respecta, me he levantado demasiado pronto y me he acostado demasiado tarde. He trabajado más de lo corriente, me he divertido más de lo corriente, y he llevado todo el día una fiambrera bajo el brazo con un trozo de pastel, que no me he comido hasta las diez y media de la noche. Dejo las migas en el túper.

Una muchacha ha abordado el primer tren que ha visto para escapar de un maniaco que la perseguía, y yo no sólo estaba en ese tren, sino que también le había dado clase, y la había olvidado por completo. Ahora está a punto de licenciarse de intérprete.

Kathleen me regala una botella de ginebra hecha con pepinos destilados y pétalos de rosa damascena.

Es que, además, cumplo años.