
Ayer le escribí a Ana un correo electrónico que terminaba diciendo, más o menos, que a
ver si nos tomábamos un café juntos cuando coincidiéramos en Madrid. Con la particularidad de que, literalmente, lo que ponía era «
haber si nos tomamos un café». Me he dado cuenta hoy, al abrir el archivo de texto en el que me
escribo antes algunos correos electrónicos, y me he quedado petrificado. Por si fuera poco, Ana da clases a estudiantes de Periodismo, y trata —en vano— de inculcarles que no se dice «estoy seguro que», ni «el otro área», ni «una previsión positivista». Debe de haber pensado que soy un fraude y que no me merezco su amistad. Si he sido capaz de escribir «haber» en lugar de «a ver», ¿cuántas veces habré firmado cartas, sin darme cuenta, como «un cordial salido»?
El otro día hablaba con un
catedrático emérito que me decía que a él esto le pasaba constantemente, que escribía un e-mail y luego, releyéndolo, se daba cuenta de que
había cometido tres errores de bulto. «¿Pero cómo es posible que diga esto yo, que
soy un hispanista famoso?», se preguntaba. Nadie está a salvo del gazapo
gigante. Un gazapo que va como Godzilla destruyendo a dentelladas nuestro
frágil mundo de papel.