El grupo que era cabeza de cartel venía de Chicago, pero su avión se retrasó, así que la gerencia del Memorial Union Theater debió echar mano de lo primero que pilló para entretener al público. Lo primero que pilló fue un perro carlino disfrazado de Darth Vader, pero alguien debió de pensar que resultaría más apropiado llamar al combo estudiantil de música afroamericana. Grave error.
Dicho combo es un grupo de estudiantes que dice recuperar las raíces africanas de la música popular. Si una muchacha tocando bossa-novas con un viloncelo recupera algo es más bien la teoría de Max Nordau sobre la decadencia inapelable de la civilización occidental. Cada canción nos da derecho a una breve contextualización, con detalles de cuya importancia desconfían los propios intérpretes, ya que se limitan a leerlos en la pantalla de sus teléfonos móviles.
El concierto de quienes en realidad habíamos venido a ver comenzó una hora después de lo previsto, lo que tratándose de músicos no puede considerarse un auténtico retraso. Se trata de la Heritage Blues Orchestra, en la que hay dos guitarras y una harmónica, pero no contrabajo. La primera canción fue un blues de un solo acorde; un dedo cambiaba de traste imperceptiblemente al llegar el turno del acorde dominante. Los guitarristas no usan púa. Esto va bien. Al terminar, la cantante dice: «Hace unas semanas estuvimos en África y tocamos esto durante cuarenta minutos seguidos». Después uno de los guitarristas se acercó al piano y comenzó a tocar unos acordes lentos y bastante clásicos: tónica con el bajo en la fundamental, primera inversión de tónica —el truco infalible de los románticos alemanes—, dominante con la tercera suspendida, y de ahí a una semicadencia en el segundo grado, si mal no recuerdo. Todo muy simple, con una melodía que recuerda lejanamente la del spiritual «Swing Low Sweet Charriot», y un estribillo que dice «Everybody deserves to be free». Al terminar ocurrió algo que yo no había visto nunca antes de que acabase un concierto, y es que todo el teatro se puso espontáneamente en pie, aplaudiendo con un fervor sosegado.
Tres canciones después yo seguía llorando a moco tendido y pensando en todas las veces que se intenta recuperar lo que uno tiene delante de las narices, y en cómo esa recuperación bienintencionada puede fácilmente dejar paso al expolio y a la tergiversación.