Yo creo que no sabe ni leer. Ha venido sin papeles, por supuesto, fiado en que algún abogado de pleitos pobres le haga los trámites pro bono. Y lo peor es que no faltará algún bobo que se los haga. El idioma tampoco lo habla, ni da muestras de querer aprenderlo. De integración ya ni hablemos: ¡con decir que no sabe cuántas provincias tiene Castilla León...!
Este es uno de esos que vienen a chupar del bote, a vivir aquí de gorra, comiendo a expensas del contribuyente —o sea, de menda—, y en lo último que piensan es en ganarse los gabrieles o en adoptar los usos de la sociedad que, en un rapto de imprudencia y de caridad mal entendida, ha tenido a bien acogerlos.
El nuestro es uno de tantos que se han creído que esto es Jauja, que la leche surte en fuentes de las que pueden abrevar siempre que lo deseen. No pegan palo al agua, y en cuanto uno vuelve la espalda aprovechan para echarse una siesta. Todo lo que se salga de este dolce far niente les parece excesivo, y lo comunican con unos alaridos estremecedores que se oyen en el tribunal de Estrasburgo.
Estas cosas no suelen decirse por aquello de la corrección política, pero yo, en tanto intelectual quizá no público, pero por lo menos subcontratado y externalizado, me debo a la verdad. ¡Fuera niños! ¡España para los españoles!