Tirandillo

Tirandillo
Diez años justos de garambainas. No está mal. Aquí lo dejo para explorar otras formas de correspondencia. Mi intención es reunir una o dos veces al año textos parecidos a los que he venido publicando aquí, y enviarlos por correo postal. Para recibirlos —gratis, mientras pueda permitírmelo—, envíame tus señas a la dirección siguiente:

Nos seguimos leyendo.

jueves, 4 de octubre de 2012

Dije que me quitasen del comité organizador del Festival Literario porque realmente no he hecho nasti de plasti, y me da palo darme pisto.

Esta tarde había una charla con Ian Sinclair, escritor y psicogeógrafo. Esto de psicogeógrafo viste mucho, aunque en resumidas cuentas viene a ser como un zahorí con jersey de cuello vuelto. La lectura es aburrida, y no sólo es culpa del libro; uno de los presentadores está borracho, o parece borracho, y pierde el tiempo con comentarios absurdos aunque al mismo tiempo mete prisa para terminar antes y —presumiblemente— salir a beber. Sinclair dice que, viniendo a L***, ha incumplido su divisa, que es la siguiente: «if you can't walk, don't go». Es un zahorí con algo en la cabeza, después de todo. El libro del que hoy lee es la crónica de sus caminatas por la autopista de circunvalación de Londres, por donde uno, de buenas a primeras, no tiene mucho sitio para andar. Así que imagínense cómo será esto si alguien que ha recorrido a pie los 200 km de la M25 dice que aquí no puede andar. A lo mejor es que no le dejamos, con tanta charla y tanta pregunta y tanto borracho. Cuenta que con frecuencia hace fotografías del suelo —debe de ser cosa de su formación situacionista— y que, como Londres está vigiladísimo por cámaras de seguridad, enseguida llega la policía a ver qué está haciendo. Yo aquí tuve una vez el proyecto de hacer fotos a las mierdas de perro, pero al final lo dejé de lado porque no tengo cámara. Y para escribir un libro como que tampoco me daba.

Querría haberle hecho un par de preguntas al Sr. Sinclair, pero como mañana me levanto a las 5:30 decido darme una vuelta rápido por el restaurante bretón y volver a casa a una hora decente. Resulta que la propietaria del restaurant no es bretona, sino normanda, de Ruán (de Mont-Saint-Agnan, concretamente); su marido sí es bretón fetén. Otro día tendremos que hablar más de esto, en términos psicogeográficos. Luego tomo el autobús y tengo que hacer esfuerzos conscientes para que la galette de trigo sarraceno con salmón y vinagreta no se me salga por las orejas en las curvas.