Mi amiga Olalla me envía una noticia sobre una mujer de un pueblo de Valonia que debía ir a recoger a un amigo a la estación de Bruxelles-Nord. «Sin embargo, un fallo en el GPS y la sorprendente falta de atención de la conductora terminó convirtiendo el recorrido en un viaje a través de la Europa continental que concluyó en Zagreb (Croacia) casi dos días y 1.450 kilómetros después». Sí, así están las cosas por aquí. Yo estoy convencido de que en alguna de mis clases también hay alguno que en realidad a lo que había salido era a recoger a un amigo en la estación.
En descargo de la protagonista de esta triste historia habría que recordar que Bélgica es un país en el que para ir a soltar a los niños al cole uno puede tener que atravesar por varias zonas con señales escritas en idiomas más o menos exóticos. Quien sepa cómo se escribe «Croacia» en neerlandés que tire la primera piedra. Considérese también que para un valón la vida es un espacio de tiempo puesto al servicio del automóvil y que transcurre fundamentalmente en automóvil, de modo que, a fuerza de costumbre esta buena señora bien pudo llegar a olvidar que estaba al volante, que alguien la esperaba en una fría estación subterránea de una ciudad en ruinas, y lo único que acaso le extrañó fue la extraordinaria duración del documental que se desplegaba ante su vista.