Tirandillo

Tirandillo
Diez años justos de garambainas. No está mal. Aquí lo dejo para explorar otras formas de correspondencia. Mi intención es reunir una o dos veces al año textos parecidos a los que he venido publicando aquí, y enviarlos por correo postal. Para recibirlos —gratis, mientras pueda permitírmelo—, envíame tus señas a la dirección siguiente:

Nos seguimos leyendo.

domingo, 16 de junio de 2013

Si entiendo bien, los vecinos de enfrente han tenido el buen sentido de no separar sus jardines. A veces veo a uno cortar el césped del otro, aunque por lo demás hacen vida aparte y tienen casetas de herramientas independientes. A media mañana uno de los hijos del número 117 abandona su bicicleta y se sienta en la hierba del 117A a leer unos cuadernillos. Seguramente tebeos. Al rato lo llaman a comer.

Casualmente yo también me he pasado el fin de semana leyendo tebeos. No sé por qué tenía yo tanto interés en leer los de Guy Delisle. Me empeciné en comprar Shenzen y, como no lo tenían ya en ninguna parte, compré Piongyang y Crónicas de Jerusalén. Ambos son relatos de viaje, muy próximos del diario. De un diario rollo, se entiende, no como el mío. El primero provoca bastante incomodidad porque está atravesado por el sonsonete burlesco de alguien que claramente se encuentra a muy gusto en su propia cultura. Además, que en Corea del Norte no haya libertad de expresión o que existan campos de concentración de prisioneros políticos es una cosa, y que la música que escuchan sea almibarada o que los manteles estén sucios es otra. En la crónica israelí, sin embargo, la superioridad moral del narrador resulta menos atronadora, aunque sólo sea por la polifonía de culturas a la que se ve confrontado.

Hace poco leí How to Understand Israel in 60 days or Less, de Sara Glidden; otro diario de viaje gráfico. Se supone que el volumen narra el camino de Damasco de una judía norteamericana que siempre había sido crítica con el sionismo, hasta que viaja a Israel y descubre la Realidad. Pero, una vez leído, resulta que la Realidad únicamente difiere en un par de detalles de mis figuraciones y prejuicios. Es verdad que durante la II Guerra Mundial los EE.UU. tenían tasas de inmigración, por lo que no admitieron a todos los judíos que solicitaron el ingreso en el país. También es verdad que el territorio que hoy se disputa llevaba milenios siendo objeto de confrontaciones. Pero no me parece que estas notas al pie justifiquen o siquiera expliquen la conculcación sistemática de lo acordado con la ONU.

(Hay varios momentos en How to Understand Israel en que los judíos le dicen a la narradora que a fin de cuentas ellos viven con la amenaza constante de un atentado terrorista sobre sus cabezas, y eso les da derecho a ser medidos con otra vara. Este argumento nos deja particularmente fríos a los españoles, quienes durante varias décadas asistimos a atentados horrorosos, imprevisibles, en los que militares y civiles de toda edad y condición volaban hechos pedazos, y en cuanto alguien se permitió un escarceo extrajudicial se le dejó bien claro que había sacado los pies del tiesto. De no ser por el indulto sistemático de agentes condenados por torturar presos, esta sería una de las pocas lecciones que los españoles habríamos podido dar últimamente.)

Volviendo al tebeo de Guy Delisle, su testimonio está todavía peor hilado que el de Glidden, que ya es decir, y si el año pasado le dieron la Bestia de Oro al mejor álbum en el festival de la Historieta de Angulema debió de ser sobre todo por simpatía con el tema que trata. Una simpatía icónica y políticamente correcta, porque a fin de cuentas la visión de la ocupación de Palestina que trasladan las 334 páginas de las Crónicas de Jerusalén es la de un turista bastante ingenuo.

Hay un par de planchas que sí querría salvar de la quema, ya que demuestran que a veces algo tan simple como las necesidades prácticas pueden imponerse al fanatismo más irracional. O, como dice un divertido proverbio italiano, il bisognino fa trottare la vecchia. En una de esas páginas, Delisle relata haber visto a musulmanes que hacían sus compras en el centro comercial de una colonia judía, porque estaba mejor surtido y además era más barato; en otra, cuenta cómo descubrió que ciertos judíos llevaban el coche a un taller árabe porque abría los sábados, y también era más barato. Los protagonistas de estas dos anécdotas ostentan un cinismo casi cómico, que en sustancia no es sino la vida abriéndose paso entre los escombros, la convivencia haciendo abstracción del rencor, el presente ignorando las mutilaciones del pasado. O la conveniencia venal imponiéndose sobre los ideales y el capitalismo pisoteando las tumbas de tres generaciones de muertos, según se mire. Pero esto, en cualquier caso, contado en dos planas de periódico, habría ganado en público y en fuerza narrativa. Y además habría sido más barato.