Yo no sé si la penuria ha hecho de los españoles una nación extremadamente eficiente, o si vamos directos a la catástrofe. Me han dado hora en el otorrino a las cuatro y doce minutos. A las cuatro y diez llego al ambulatorio: inmediatamente se abre una puerta, por la que asoma la gaita una enfermera que pronuncia mi nombre y me dice que entraré después de un señor calvo. «Pero no inmediatamente después —me advierte con innecesaria contundencia—: sólo cuando oiga un timbre». Hacen pasar al calvo, que sale casi de inmediato, y las cuatro y doce minutos exactamente suena el timbre. Entro y me enfrento a un médico que no me mira pero se sobreentiende que está estudiando mi expediente en el ordenador. Por el rabillo del ojo veo desaparecer a cuatro o cinco enfermeras, que salen a gruñir a los pacientes. La consulta tiene unos cuantos archivadores, estores con el varillaje desvencijado y un gran sillón de peluquero. «Siéntese», me dice el doctor, sin mirarme todavía pero haciendo un gesto elocuente con la mano; «siéntese y dígame».
—Pues verá, hace meses que tengo molestias en la garganta, se me quiebra la voz, me he puesto malo cuatro o cinco veces este año, y hay días que al dar clase...
—No me diga más. Le he entendido. Saque la lengua.
Saco la lengua. Le pone una cinta de gasa encima y me la agarra con la mano izquierda, tirando hacia sí, mientras con la derecha entra a matar con una varita en la que va montado un espejito, que me mete hasta la bola.
—Diga «iiii».
—¡Eeeurgh!...
—Estupendo. No hay pólipos, ni nódulos ni nada.
Sobre la mesa del otorrino hay cinco o seis tacos de papeletas fotocopiadas, unidas por un alambre. Con gesto automático arranca una de ella y la tiende hacia mí. Tiene el nombre de un complemento vitamínico que no necesita receta.
—Tómese dos cajas de esto, haciendo una pausa de un mes, y beba mucha agua. Y por las mañanas, una cucharada de miel en ayunas.
A las cuatro y trece minutos abandono la consulta. En el descansillo se ha entablado una batalla campal entre pacientes de otras consultas vecinas que estaban citados a las tres y cincuenta y siete, a las tres menos veinticuatro, a las cuatro y seis, a las dos y dieciocho y a las dos cincuenta y dos.