—Les tomo nota, ¿qué va a ser?
—El 33.
—El 33 es...
—¿¡Y qué quiere usted que sea?! —responde Achim un poco irritado.
Se conoce que los camareros preferirían que Achim pidiera unas endibias al horno, una ensalada César o una paletilla de cordero con brócoli y patata duquesa, y le esconden el filete de cerdo empanado en lugares imprevisibles.
Los restaurantes son para Achim una complicación prescindible, con la que transige como transigimos todos con tantas exigencias sociales arbitrarias. Hasta que un día lo llevan a un chino, y entonces abre la carta, la estudia, se pone las gafas, se las quita, y compone un gesto de abatimiento que llama la atención en un hombre de su edad.