—Al final me he comprado un nuevo ukelele.
—¿Y eso? —pregunta mi madre, desde el auricular del teléfono.
La verdad es que no sé muy bien por qué. Es cierto que le tenía echado el ojo desde hace más de un año, pero ¿por qué ahora? El previsible retraso de los trenes alemanes me da tiempo para pensar en ello.
Antes de que me comprase el ukelele y le reservase el poco tiempo libre que me han dejado estas semanas las correcciones, había estado leyendo algo de sociología. En particular las críticas constructivas que Bernard Lahire dirige a la escuela bourdieusienne. Ésta entiende que todas las prácticas del individuo son resultado de las coordenadas que ocupa en el mapa de posibles sociológicos. Uno de esos puntos en el mapa sería la licenciada en Derecho, universitaria de primera generación, cuadro de la administración provincial. Otro punto, el trabajador de una fundición que hace dos años aceptó por convenio colectivo reducir su jornada a 32 horas. Otro punto, el dependiente de una gran superficie dedicada al bricolage, con un salario bruto de 1.720 euros mensuales, incluida la redistribución de dos pagas extra. Otro punto, la enfermera que desde hace treinta y un años se dedica a sacar muestras de sangre para análisis, y que ha criado con éxito a cuatro hijos, uno de ellos adoptado, pero quizá esto último ya sería quizá una consecuencia previsible de lo primero. Otro punto, en fin, este cura.
El problema, viene a decir Lahire, es que los seres humanos de verdad no responden a una única fórmula ni tienen una única acepción. Así, además del currículo y de la nómina, uno puede ser diarista, lector de tebeos, músico a ratos, virtuoso de la hipocondría, ciclista cuando el tiempo lo permite, marido de fin de semana, tío de higos a brevas, tacaño para cuanto que cueste menos de 45 euros, y manirroto para todo lo demás.
Antes que Lahire, Erving Goffman escribió sobre las varias vidas sociales que todos tenemos, como los gatos o como Super Mario. Esas vidas pueden perderse, no de golpe ni por accidente, sino en lentas e insentidas consunciones, estranguladas por la fuerza de las cosas. Si la suerte es adversa, uno puede quedar reducido a ese punto unidimensional que ya era para cierta sociología, y venir a ser algo así como el poinçonneur des Lilas, interventor en todo y para todo, fantasma en cuya vida no había más que agujeros. Y entiendo que si al fin me he decidido a comprar el ukelele ha sido para salvar una de mis vidas, para seguir siendo el superhombre goffmaniano, múltiple y molongui.