No diré aquí nada más del trabajo, por estar éste inédito y ser propiedad de su autor, ni de la evaluación tras la defensa oral, que se hace a puerta cerrada. Apuntaré sólo una anécdota. Un colega le preguntó al estudiante si tenía en mente posibles aplicaciones informáticas de su trabajo. El estudiante dijo que no había pensado en ello, pero añadió a continuación algo muy interesante, que para no haber pensado en ello demostraba una rara viveza de juicio. Los programas informáticos relacionados con la lengua —dijo— suelen adoptar un enfoque lexicológico: tratan de producir y reconocer palabras, y de relacionar unas con otras de manera adecuada; en paralelo, se está llevando a cabo una inversión muy importante en software de reconocimiento de objetos, o, más que de objetos, de «discreciones», de formas distinguibles de un conjunto —el tipo de software que utilizan, por ejemplo, los coches automáticos—. Estas dos áreas de desarrollo, sin embargo, son cultivadas en paralelo y sin que haya comunicación entre ellas. Esa comunicación la daría precisamente una semiótica formalizada en términos matemáticos. Es la semiótica la que permitiría a una cámara identificar una pistola, y a un coche diferenciar una bolsa de un erizo.
Un día mi ordenador procesará mi careto, lo cruzará con Google Images, llegará a la conclusión de que me parezco a Woody Allen y me perderá el respeto, por lo que probablemente lo siguiente que vea será una ventana emergente con el mensaje «contraseña no válida». Pero eso es fácil. ¿Podría un ordenador decirse «esto es una pistola, y por lo tanto un arma, así que contiene el sema [+letal] a través del cual se relaciona con los ojos verdes verdes con brillo de faca que se me han clavaíto en el corazón»? En otras palabras: ¿podría un ordenador, a través de un razonamiento lógico, pasar del sentido literal al sentido traslaticio o simbólico?
Esto del sentido literal tiene su miga. Ayer leí en un examen la frase siguiente: «Don Juan arde literalmente de amor por doña Inés». Se trata de un uso traslaticio de «literal», de un uso hiperbólico, de un uso —en definitiva— no literal de «literal», que está ya muy difundido en todas las lenguas occidentales, en particular en inglés. Esto tiene que ver seguramente con la degradación de la educación primaria en Estados empobrecidos, pero también con el genio popular que de algún modo intuye lo relativo del significado literal, la reversibilidad de la semiosis: una pistola es literalmente un arma, que es literalmente dañina; una mirada es literalmente dañina, lo que hace de ella literalmente un arma. En estas ecuaciones, «literalmente» quiere decir «pertenece a» o «está incluido en» cierto conjunto semántico. Entre «mirada» y «pistola» hay una intersección que no es difícil confundir con una relación de identidad.
Otra forma de verlo es que la literalidad no es una categoría discreta, sino continua, según su proximidad a... ¿a qué? ¿A un prototipo independiente del contexto, como aceptan hoy muchos lingüistas? ¿O a la acepción más frecuente en cierto contexto? ¿Lo que el atracador tiene en la mano es [+ literalmente] una pistola porque la acepción más frecuente es la del arma de fuego que blande un atracador?
En un artículo de Revista de Libros leo que las afirmaciones de Isaiah Berlin «casi nunca son literalmente falsas». Quizá una palabra pueda tener un significado literal, si asumimos que haya prototipos no contextuales, pero no son concebibles prototipos de oraciones. ¿Puede tener una frase un sentido literal e inamovible? Tomemos, por ejemplo, la afirmación siguiente: «en un cráter de la Luna hay un pueblecito habitado exclusivamente por conejos filósofos». No es una frase de Isaiah Berlin, es cierto, pero puede hacernos el apaño, porque es literalmente falsa. Ahora bien, esto puede entenderse de varias maneras:
a) en un cráter de la Luna hay un pueblecito habitado exclusivamente por ratones filósofos;Es cierto: (d) y (e) mantienen con la afirmación original una diferencia de grado (más o menos conejos, más o menos urbanizado), por lo que es fácil entender que una puede ser más exacta que la otra, en algún sentido. Y confieso también que falta la variante más obvia: «en un cráter de la Luna no hay un pueblecito habitado exclusivamente por conejos filósofos». Pero me costaría aceptar esta frase como literalmente verdadera, porque es compatible con la veracidad de todas las anteriores y porque sigue remitiendo a un mundo —o a una «enciclopedia», como dice Umberto Eco— en el que los conejos departen sesudamente en las plazas.
b) en un cráter de la Luna hay un pueblecito habitado exclusivamente por conejos que se creen filósofos, pero en realidad no pasan de vulgares tertulianos de televisión digital terrestre;
c) el pueblecito habitado exclusivamente por conejos filósofos no está en la Luna, sino en Marte;
d) en un cráter de la Luna hay un pueblecito habitado sobre todo por conejos filósofos;
e) en un cráter de la Luna hay una megalópolis habitada exclusivamente por conejos filósofos
f) ...
Quizá se podría replicar que una frase es literal en relación con un contexto prototípico, con un escenario convencional, como las interacciones comerciales que aprendemos en los manuales de lenguas («buenos días, quería una barra de pan, por favor») o los clichés de actuación culturalmente construidos (el hombre que se pone una media en la cabeza, da un tiro al aire y grita «¡que nadie trate de hacerse el héroe!»). Así, la frase sobre los conejos filosóficos sería literalmente falsa en cualquier contexto no televisivo. Si un atracador amenaza con un arma a los trabajadores de un banco, la frase «el hombre los amenazó con la pistola» será literalmente cierta. Pero también una barra de pan, al menos en Castilla, es una pistola. Cuando voy a la panadería pido literalmente una pistola. Si un caco entra en un banco y amenaza al personal con una barra de pan, alguien dirá «¡nos está apuntando literalmente con una pistola!», y todo el mundo se echará a reír, porque es verdad —y al mismo tiempo no lo es—. En este escenario, «literalmente» no significa «adecuado a un contexto prototípico», sino más bien todo lo contrario.
Este último ejemplo puede ser inventado, pero constituye una producción perfectamente aceptable en términos lingüísticos. La literalidad no tiene que ver en este caso con el significado, como uno tendería a pensar en general, sino con el significante. Esta disociación de literalidad y significado se evidencia también en una frase como «estamos siendo gobernados por un títere»: tomada literalmente es una frase falsa, pero su sentido es mucho más verdadero y profundo que el de la frase «estamos siendo gobernados por un señor con barba».
Una de las cosas difíciles y bonitas del juego del mus es que incorpora esa recurrencia semiótica que es propia del lenguaje. Una carta vale por otra, que vale por otra. El rey es el rey, pero (para casi todo) un tres también puede ser un rey; en una parte del juego, la sota, el caballo y el rey (y, por consiguiente, también el tres) tienen el mismo valor; sin embargo, en la jugada conocida como «la real» el tres no suele admitirse como equivalente del rey. En este último caso, podría decirse, el tres es literalmente un tres: su valor real equivale a su valor nominal. Pero también podría decirse que los otros casos —en la práctica totalidad de las jugadas— el tres tiene literalmente el valor de un rey; es decir, que tiene literalmente el valor real (no el nominal) del rey. Literalmente real, por cierto, lo que paradójicamente quiere decir que es real en el sentido monárquico del término: o sea, en una acepción que no es la originaria. En esa larga cadena de suplantaciones que permite la baraja del lenguaje, lo literal parece corresponder más bien un punto de curiosa pertinencia del signo.
Sigo corrigiendo exámenes: «Don Juan Tenorio es literalmente un donjuán». A veces los estudiantes, por ignorancia, dicen verdades deslumbrantes como esta. Don Juan Tenorio es, efectivamente, un donjuán literalmente literal.