Tirandillo

Tirandillo
Diez años justos de garambainas. No está mal. Aquí lo dejo para explorar otras formas de correspondencia. Mi intención es reunir una o dos veces al año textos parecidos a los que he venido publicando aquí, y enviarlos por correo postal. Para recibirlos —gratis, mientras pueda permitírmelo—, envíame tus señas a la dirección siguiente:

Nos seguimos leyendo.

viernes, 11 de diciembre de 2015

—Mira qué voz tengo —me dice mi madre por teléfono. Suena como un teleñeco.
—¡Mira qué voz tengo yo! —respondo con entusiasmo: estos días pensé que me estaba volviendo imbécil, y era que estaba incubando una faringitis.

A continuación llamo a Kathleen: «¡Mira qué voz tengo!». Teóricamente debemos encontrarnos mañana en Hannover para acudir a la fiesta de una amiga suya, y luego seguir viaje hasta Berlín, donde hemos quedado en hacer fondue con Julia y Chris. Todo me haría mucha ilusión si tuviera el cuerpo serrano. Kathleen me pregunta si aún quiero ir a Hannover, y yo le digo que haré lo que ella prefiera, dejando que mi voz de Corleone sugiera lo que yo no me atrevo a sugerir, pero para Kathleen el compañerismo matrimonial está por encima de la compasión. «En la salud y en la enfermedad» lo había entendido yo siempre de otra manera.

De modo que al final fui a Hannover, me quedé en el hotel mientras ella iba a la fiesta de su amiga, le pegué la faringitis, llegamos a Berlín, pusimos a infundir medio kilo de salvia y aplazamos la fondue.

No recordamos haber estado antes enfermos los dos a la vez. Resulta económico, porque el baño con eucalipto cunde más, se agotan las cajas de medicamentos y no hace falta cocinar un plato para enfermos y otro para sanos. Uno puede hundirse en el derrotismo y disfrutar de su condición miserable junto a ese compañero de infortunio que poco puede contagiarle ya. Por la noche, mientras vemos una película sobre el fin del mundo, le digo «¡ánimo! Piensa que estas cosas entrenan al cuerpo». Pero ella responde enfurruñada «¡sí, lo entrenan a morirse!».

No la sabía yo tan filosófica. El sistema inmune se entrena con cada enfermedad y en cierto modo aprende a sobrevivir, pero la enfermedad también nos recuerda que el tiempo de esa supervivencia está medido, y que resulta irresponsable despilfarrarlo viendo vídeos de gatos en YouTube. La faringitis nos pone la ceniza en la frente, y las galletas con forma de minions que me ha traído Kathleen me sirven de viático. En cuanto remite la fiebre bato el récord de velocidad en la redacción de una reseña (modalidad «bombardeo de napalm») y dejo a medio leer otro libro de Vila-Matas: hay muchas y mejores cosas que hacer antes de regresar al polvo.