Aprovechando que paso unos días en Madrid pongo un poco de orden en los cajones de mi escritorio. Saco un carrito de la compra lleno de papeles para tirar, y hago algunos hallazgos arqueológicos, como un walkman, un mechero de cuerda, una máquina de etiquetas Dymo con carrete y una moneda de dos pesetas de 1936, con la alegoría de la República, que limpio con Sidol.
Aparece también una hucha que me regalaron en la primera comunión. Es un cerdito blanco de cerámica, con pinceladas doradas en las orejas. En un flanco tiene pintado un niño meapilas vestido con una túnica; en el otro, un cáliz y una hostia flotando entre nubecillas azules y rayos de sol. Dentro hay un montón de duros.
—Esto se podrá tirar, ¿no?
A mi padre se le despierta la memoria genética de procurador general del Santo Oficio y parece Agustín González en un arranque fuera de guión:
—¡¿Pero qué estás diciendo?! ¡Estás chalado! ¿Cómo vas a tirar el dinero? Vete al Banco de España y te lo cambian en euros.
Cómo voy a ir al Banco de España, si el billete de autobús vale más de lo que me van a dar... Además, imagínate la cara que pondría el de la ventanilla cuando me viera llegar con un cerdito de porcelana adornado con motivos eucarísticos. Bien mirado, sólo por eso valdría la pena ir. Pero no.
Mi padre dice que con su abono transportes de jubilado sí le trae cuenta, así que vacía la hucha y comienza a clasificar los duros por tamaños. Aparecen algunos de los que se acuñaron a principios de los 90, con un diseño a lo Mariscal.
—Huy —dice mi madre—, ésas te las van a pagar muy bien.
Al final salen 35 duros, 175 pesetas. Me quedo con una peseta rubia que aparece perdida por allí. Pasa el tiempo y pierdo de vista el asunto, pero no veo que mi padre vuelva ningún día cargado de delicatessen: quizá decidió gastárselo él solo y se comió media ostra en el mostrador gourmet del Corte Inglés.
Un par de días después mi padre asoma la cabeza por la puerta de mi cuarto:
—El teclado ese que tienes detrás de una puerta ¿no se puede tirar?
Se refiere al piano eléctrico que usaba en los bolos. Costó cien mil pesetas de entonces y está en perfecto estado. Creo yo que por lo menos 175 pesetas sí que me darían por él en eBay, y con ese argumento consigo salvarlo por unos años más.