Kathleen obtuvo una beca para participar en un seminario sobre ensayo videográfico que se organizaba en Middlebury College, en el estado de Vermont. Cada uno de los participantes trabajaba en un proyecto propio, para lo cual debía adquirir una serie de competencias de edición audiovisual, pero también tenía que reflexionar a diario en la línea argumentativa y en la estructura que quería imprimir a su vídeo-ensayo. Así, cada mañana los participantes exponían por turnos una parte de su trabajo y lo sometían a discusión.
Kathleen escogió analizar varios aspectos de Blade Runner, y concretamente los múltiples niveles en los que dialogan la película original y su secuela. Uno de los días, en la sala de proyecciones, Kathleen mostraba varias de las secuencias que tenía en su moviola digital e iba comentando cómo planeaba organizarlas:
—La cinta de Denis Villeneuve, estrenada en 2015, tematiza explícitamente el paso del tiempo. La escena en la que, gracias a la edición informática, aparece la replicante Rachael con el mismo aspecto que tenía en la película de 1982 sólo sirve para poner en evidencia cuánto ha envejecido Harrison Ford, cuyo rostro aparece demacrado, lleno de manchas y arrugas y descompuesto, además, por la emoción del momento —aquí la pantalla oponía, a título pericial, dos fotografías del actor tomadas a cuarenta años de distancia—. El aspecto del actor, devastado por la edad, convertido en una ruina de sí mismo, sólo puede tener un efecto: el de provocar un trauma emocional en los espectadores y recordarles la inminencia de su propia muerte.
Con estas o con parecidas palabras concluía Kathleen la presentación de su work in progress. Antes de que se encendieran de nuevo las luces de la sala alguien, en el fondo, aplaudió con desgana, con esa forma socarrona de aplaudir que conocemos de las películas de Hollywood y que anuncia el momento de las revelaciones y de los puñetazos. Los participantes del seminario giraron sus cabezas para ver quién era el impertinente y se quedaron con las patas colgando al descubrir que se trataba del agente Deckard, de Indiana Jones, de Han Solo, del mismo Harrison fucking Ford —en definitiva— que viste y calza.
Esto es lo que estuvo a punto de ocurrir hace unas semanas. Sólo que, por unos pocos metros, Harrison Ford no entró en el aula en la que Kathleen estaba hablando sobre sus arrugas. Pero, como luego supo, mientras ella explicaba cómo el hombre más sexy del mundo se había convertido en un carcamal, él visitaba el Axinn Center, el pequeño edificio de estudios audiovisuales de Middlebury College, donde quizá matricule a su hijo adoptivo el curso que viene. Sólo unos pocos sabemos que Kathleen estuvo muy cerca de disuadirlo.