Tirandillo

Tirandillo
Diez años justos de garambainas. No está mal. Aquí lo dejo para explorar otras formas de correspondencia. Mi intención es reunir una o dos veces al año textos parecidos a los que he venido publicando aquí, y enviarlos por correo postal. Para recibirlos —gratis, mientras pueda permitírmelo—, envíame tus señas a la dirección siguiente:

Nos seguimos leyendo.

miércoles, 2 de enero de 2019

El otro día no sé qué me dio que dije «de seguir así, acabaré votando a los socialistas».

Mi amigo Rafa, que estaba metiendo la cuchara en un plato de dahl, se sobresaltó:

—¿Pero tú no eras comunista?

Ostras, es verdad. Esto que me ha pasado a mí le está pasando a mucha otra gente. La derecha española se ha puesto tan intratable que uno se conformaría con un poco de redistribución social, unas cuantas ministras y un astronauta. Esa derecha, además, se ha reproducido —asexualmente, como Dios manda— y ha parido trillizos de diferente dentadura, a cual más levantisco.

Todavía queda algún país donde la derecha es sosegada y razonable. Uno pide la revolución de los soviets y ella dice «vamos a hablarlo». En cambio, en España uno pide que suban los impuestos a las rentas altas y la derecha multicéfala lo acusa de andar provocando una nueva guerra civil.

—La verdadera cuestión —dice Rafa— es por qué no votarías a Podemos.
 
Ese es, ciertamente, el dilema hamletiano de 2019. O de 2020, ya se irá viendo. En mi respuesta (provisional) se barajan la nación de nacionalidades, la república transfigurada, la fagotización de Izquierda Unida, las portavozas y Pablo Iglesias, quien —como me dijo una vez David B.— «es un líder carismático al que todo el mundo detesta». Pero estas razones, que son más bien alergias, resultan livianas si en el otro platillo de la balanza ponemos las grandes contribuciones socialistas a  la privatización de empresas estatales, su creación de un sistema educativo clasista y confesional o las ayudas fraudulentas andaluzas. Para empezar.