Tirandillo

Tirandillo
Diez años justos de garambainas. No está mal. Aquí lo dejo para explorar otras formas de correspondencia. Mi intención es reunir una o dos veces al año textos parecidos a los que he venido publicando aquí, y enviarlos por correo postal. Para recibirlos —gratis, mientras pueda permitírmelo—, envíame tus señas a la dirección siguiente:

Nos seguimos leyendo.

sábado, 12 de enero de 2019

—Yo hasta junio no meto un pie en el agua —dice la camarera, que es asturiana pero lleva dieciséis años viviendo en Lanzarote. Si llevase el mismo tiempo viviendo en L*** se metería en enero y de cabeza, como he hecho yo.

A eso vinimos a Lanzarote: a tonificarnos y a que nos diera el sol antes de regresar a las provincias tenebrosas. Cinco días bien aprovechados valen por una primavera. Condujimos hasta Haría por una serpentina de asfalto; escalamos el volcán Tinaguache e hicimos equilibrismos sobre su cresta con los últimos rayos de sol; leímos varios libros que nadie nos obligaba a leer; nos reímos de que el representante de Jesucristo en la tierra responda al mismo nombre que un padre cañí y que las papas arrugadas con mojo.

En Lanzarote nuestro planeta parece más planeta. Por la playa pasean sin descanso vietnamitas ofreciendo masajes a 15 € y vendedores de alfombras subsaharianos. ¿Cómo de cándido ha de ser uno para comprar a pie de playa un reloj de imitación con garantía de por vida?

Los ingleses bromean de tumbona a tumbona, se echan al mar con la cerveza en la mano y pegan gritos a los niños. Tienen unos vientres de caricatura y unas tetas de parto múltiple; sobre todo los hombres. Ese perfil orondo ¿lo ha producido la plusvalía o la alienación?; ¿el bogavante o las barras de Mars fritas?; ¿Lanzarote o algún suburbio de Manchester? ¿Qué monstruos primordiales hibernarán en sus tensas barrigas? Da la sensación de que el día menos pensado se encerrarán en el aseo y expulsarán un huevo aborrecible. ¿Preferiría yo, en cambio, uno de esos cuerpos de pequeñoburgués culturista con andares de Terminator perdonavidas, sabiendo —intuyendo, más bien— la cantidad de horas de aparatos que hay que echar en un sótano con música estridente? (No: preferiría poner un huevo gigante y que de él saliera un ornitoide singular que escribiese por las noches cuentos sobrenaturales en una vieja Underwood).

Casi todos los ingleses llevan tatuajes carcelarios, de motivos inconexos, como los dibujos hechos en la escayola de un estudiante de Bellas Artes que hubiera llevado la performance demasiado lejos. Un motivo tribal. La etiqueta de Jack Daniels. Un diablillo simpático. Un corazón. Un idiograma. Una aforismo en tipo Zapfino. Uno de los turistas se ha puesto en un brazo, en letras góticas, «mamá»; en el otro, «papá», y en el antebrazo, «Cameron». Si no alude a David Cameron, ni a James Cameron, ni a Cameron Díaz, debería haber añadido una nota al pie. Aunque fuera en el pie. Si está en Lanzarote no es precisamente gracias a Cameron (David). Se dice que los ingleses están exprimiendo los chiringuitos de Canarias antes de que entre en vigor el Brexit. ¿Alarmismo? No tanto: para mucha gente no merece la pena viajar si no tiene roaming ni tarjeta sanitaria europea. 

Y, si bien me siento todo el rato metido en una película de Hanecke o en una novela de Houellebecq —«¡aquazumba a las doce!»—, siento también con la misma fuerza que la playa es un derecho que hay que preservar del plástico y del expolio hormigonero. Un derecho y casi un deber, como memento anemónico; como amnesia mundanal y momento de amontonamiento; como experiencia del hacinamiento animal abierta al espacio exterior y al espacio interior; como adiestramiento en la perspectiva geológica; como brindis al sol con vino y Casera. Yo me entiendo.

Es cierto que en nombre de esa democratización consumista se construyeron las ruinas inmobiliarias que han traído Detroit a algunas calles de Costa Teguise; pero cuando oigo a César Manrique —en una cinta de vídeo puesta en bucle en su casa-museo—, cuando lo oigo reclamar cuotas para un turismo sostenible y de calidad, lo que en realidad oigo es «¡hagan picaderos de lujo para la jet set y olvídense de todos esos muertos de hambre!». Recordemos que las casas de Manrique están construidas en burbujas volcánicas, y que no tienen lavadora ni cuarto de los niños.

En un Estado comunista ideal, irreal, maternal, que quisiese a todos —adeptos y disidentes— por igual, yo propondría la creación de un Directorio General de Sol y Playa, el cual se encargaría de garantizar la igualdad de oportunidades vacacionales mediante un sistema de turnos aleatorios. Lotería con chapuzón asegurado, aunque sea en enero.

Lo malo es que, para garantizar la sostenibilidad ecológica, el viaje se haría en un ómnibus tirado por mulillas con gualdrapas de cascabeles, y habría que regresar antes de haber llegado.