Este semana hemos estado de convivencia en un cursillo de preparación al parto impartido por Sigourney Weaver, o por una comadrona que se parece a Sigourney Weaver y que sabe una llave de judo con la que el niño sale disparado de la matriz como un calipo. Está prohibida en varios países civilizados. Por si la cosa se pone fea, también sabe cortar el cordón umbilical con los dientes y hacer conservas con la placenta. De haber sido ella la verdadera Sigourney Weaver en Alien, el octavo pasajero, la peli habría terminado con dos rollizos gemelos y unos puntitos de nada.
El cursillo tiene lugar en una especie de gimnasio para yoguis. Hay plantas que cuelgan del techo, y un bebé de juguete con la cabeza metida en una pelvis humana tamaño natural. No hay sillas, y tenemos que estar sentados en el suelo a razón de ocho horas diarias. A las cuatro o cinco horas, muchos, derrengados, han ido resbalando hasta terminar tendidos con pose de Olympia de Manet.
Entre los participantes hay de todo. ¡Con decir que me han dejado entrar a mí...! Algunos de los inminentes padres dan la sensación de poder montar una tienda de campaña en dos minutos con un brazo a la espalda; otros han caído sobre las esterillas de yoga como pudieran haber caído en el asiento de un autobús o en una tumbona en Denia. Pero dieciséis horas de formación dan para mucho, y al final se intercambian algunos de los roles. El duro revela carencias sorprendentes, el jovencito dice algo que demuestra una insólita madurez. Otros, en cambio, parecían y siguen pareciendo concursantes de Gran Hermano.
Uno de estos últimos es Andreas.
Hablamos, por ejemplo, de cómo el dolor del parto lo produce la dilatación de la pelvis y de los tejidos, más que las contracciones en sí; la que haya tenido implantado un DIU —dice Sigourney— conoce ese tipo de dolor.
—Y no solo las que se hayan implantado un DIU —dice Andreas—. ¡Los que se haya acostado con la tía del DIU también conocerán ese tipo de dolor! Hacedme caso, muchachos: preguntad antes de meter vuestro trasto en un útero desconocido. No queréis toparos en plena faena con un sacacorchos.
Andreas y su pareja están muy preocupados por los desgarros perineales. Quien más preocupado está es él. ¿Conviene masajear la zona antes del parto? ¿Con qué frecuencia practican los cirujanos una episiotomía deliberada? ¿Cuánto duraría la recuperación? ¿Pueden tener ciertas parafilias un efecto preventivo?
Por la tarde nos dejan solos un rato a los chicos, con la tarea de rellenar una encuesta. Andreas le echa un vistazo desganado al formulario y lo arroja al suelo. De lo que deberíamos estar hablando —dice— es de un gel vaginal que da unos resultados sensacionales. Lo pone aquí, en su móvil, en un artículo que se titula «Al mundo en tobogán». Ese bálsamo de Fierabrás hace superfluas las cesáreas y reduce en más de un tercio la duración del parto. Por supuesto, con él el perineo queda intacto; es un escándalo que las matronas no nos hayan hablado de él.
Como nadie le hace caso, Andreas —síndrome de Couvade y alma de bot—, se impacienta y machirulea:
—Estas cosas hay que estudiarlas bien. Ahora vosotros no os dais cuenta, pero las mujeres se van a volver locas de un momento a otro. En el último mes de embarazo se les va la pinza, de verdad. Cualquier problema va a acabar siendo culpa nuestra: id haciéndoos a la idea.
Escuchamos en un silencio embarazoso, deseando que a Andreas se le acaben las pilas, aunque empezamos a sospechar que se alimenta de energía negativa. Sigourney Weaver nos ilustra la teoría del parto haciendo entrar un muñeco por el hueco de una pelvis. Con un filtro molón, la escena sería digna de Odisea en el espacio.