
Hay carteles que sacrifican el eslogan por una indicación de dónde encontrar al candidato sobre la papeleta: «Fulanito van Tal, último de la 2ª columna». Es un candidato honesto y pragmático.
Una candidata ha prometido posar desnuda si obtiene más de mil votos. Quien crea que sus miras no eran muy altas, que recuerde que mil votos en Bélgica son medio país, o al menos media región lingüística. Más tarde la candidata ha dicho que era broma, lo que ha provocado que durante varios días ardieran papeleras y cajeros automáticos.
En otro de los carteles sale un perro. Lo juro. Luego no hay que extrañarse de que los planes urbanísticos salgan como salen.
Es una curiosa experiencia votar en un país que no se conoce, ni se aprecia, ni se entiende, y que da pereza tratar de comprender, porque uno se huele que acabaría llegando a una conclusión tópica sobre las arbitrariedades o los agravios de los nacionalismos, y para ese viaje no hacen falta alforjas. Es preferible fantasear sobre la identidad política de las siglas. Hay, por ejemplo, un «Partido Humanista», que imagino imprimirá su programa en tipos elzevirianos y hará obligatoria la lectura de Ovidio en las escuelas. Hay un partido llamado «MR», que podría significar «Mal Rollito», o «Maravillosas Rebajas», o incluso «Meg Ryan». Hay un partido nuevo llamado Vega que pide «pan, fuego y acordeón para todos», lo que la prensa local interpreta como un regreso a los valores tradicionales, aunque yo me lo tomo al pie de la letra y trataré de que me cambien el acordeón por un ukelele, si no les importa. Hay un partido rojo y un partido verde, y seguramente también un partido negro, pero no parece que haya un partido amarillo, ni un partido marrón, ni —qué pena— un partido a cuadros, que sería el partido de los ramonianos y de los que nos hemos quedado frappés, y cuya bandera podría ser un mantel de mesón o un trapo de cocina. Toma regreso a valores tradicionales.