Tirandillo

Tirandillo
Diez años justos de garambainas. No está mal. Aquí lo dejo para explorar otras formas de correspondencia. Mi intención es reunir una o dos veces al año textos parecidos a los que he venido publicando aquí, y enviarlos por correo postal. Para recibirlos —gratis, mientras pueda permitírmelo—, envíame tus señas a la dirección siguiente:

Nos seguimos leyendo.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Parece como si, en menos de un día, todo y todos se me hubieran puesto en contra. Tengo, al mismo tiempo, la seguridad de estar del lado de la razón y del juego limpio. 

En primer lugar, la reválida de la reforma de los planes de estudio, ahora ya tan imparable como una riada de lemmings. De nada ha servido que los departamentos, consejos y representantes de estudiantes se opusieran, o pidieran siquiera un aplazamiento: las posiciones consensuadas, a veces de manera unánime, sirven para que los capitostes se hagan mangas y capirotes. En la junta de Facultad, varias personas alrededor de mí cuchichean: «esto es una locura, hay que pararlo como sea» —y diez minutos después votan a favor—.

Al día siguiente, el primer correo electrónico: una acusación absurda y ad hominem de exceso de gasto en correos, que se nos dirige casualmente a los colegas extranjeros, en un mensaje con los demás destinatarios ocultos. Bajo inmediatamente a que la secretaria me dé la lista completa de destinatarios del correo anterior. «He debido de liarme un poco con el correo, le he dado a reenviar y no sé qué ha ocurrido». Sí, claro. Inmediatamente escribo un correo de tres puntos como tres catedrales, en el que me defiendo al más puro estilo calderoniano, y que no puede ser contradicho si no es el campo del honor.

Con esto hago cruz y raya y abro una etapa nueva, una etapa sine die de Biedermeyer académico: de la biblioteca al aula, del aula al despacho, y allí, con pocos —pero doctos— libros juntos, hacer algo que valga más que las intrigas y el tartufismo del último mes.