Otro día recorro la biblioteca de Jefferson, que está expuesta en una sala de la Library of Congress. Entre sus cinco mil volúmenes encuentro los nueve del Parnaso español de Sedano, obras de Rebolledo y de García de la Huerta, las Eróticas de Esteban Manuel Villegas, una colección de textos en dialecto de germanía de Hidalgo, La monarquía indiana de Torquemada, La Araucana de Ercilla, y todo Cervantes, salvo el teatro, todo en español, más una traducción francesa del Quijote.

Otro día el insinkerator se terminó tragando un pelapatatas de acero inoxidable y tuve que ir a comprar otro.
Otro día vamos al cine de la calle E. Vemos Boyhood, de Linklater, que nos entusiasma: un Bildungsroman sutil y paciente. También vemos A Most Wanted Man, la última que rodó Philip Seymour Hoffman, que es tan aburrida que se duerme sola. Eso sí la sala estaba hasta la bandera. Para empezar, cualquier película en la que salga Daniel Brühl tiene todas las papeletas para resultar un bodrio. Vale, Tarantino hizo una en la que salía Daniel Brühl, pero tuvo la decencia de hacer que lo matasen. Por lo demás, A Most Wanted Man es uno de tantos episodios imaginarios e incoherentes de la guerra contra el terror. Esta vez tiene lugar en Alemania; los papeles alemanes se los han dado a actores americanos, que no saben pronunciar sus propios nombres, y sin embargo el cantante Herbert Grönemeyer hace de espía estadounidense, si he entendido bien. No se ha visto casting más absurdo. Kathleen lo resume con justicia cuando dice que es como Tatort pero sin muerto (Tatort es una serie alemana policíaca que echan los domingos por la noche; durante un tiempo solíamos llamar a Birte a la hora en la que empezaba, para comprobar que no cogía el teléfono, y le dejábamos mensajes en el contestador diciendo «Birte, sabemos que estás ahí viendo Tatort, sal de tu guarida y da la cara»).