Tirandillo

Tirandillo
Diez años justos de garambainas. No está mal. Aquí lo dejo para explorar otras formas de correspondencia. Mi intención es reunir una o dos veces al año textos parecidos a los que he venido publicando aquí, y enviarlos por correo postal. Para recibirlos —gratis, mientras pueda permitírmelo—, envíame tus señas a la dirección siguiente:

Nos seguimos leyendo.

miércoles, 16 de julio de 2014

Vine leyendo en el avión un libro estupendo que me trajo Kathleen de Inglaterra hace unas semanas, exactamente de los que a mí me gustan: Just My Type. Es algo menos que una historia de la tipografía, y algo más que un simple anecdotario. Lo cual no quita para que —prosaico que uno es— al final me quede con las anécdotas. Así, leo completamente absorto la historia de Thomas Cobden-Sanderson, que diseñó un tipo precioso para imprimir la Biblia, y, para que nadie le diera un uso indeseado después de su muerte, lo destruyó a conciencia, arrojando al Támesis todos los tipos, las matrices y las formas tipográficas ya compuestas. Cobden-Sanderson tenía ya 76 años, y la ejecución de su suicidio tipográfico le tomó, noche a noche, cinco meses.

También está la historia de un app de reconocimiento tipográfico que era incapaz de identificar siquiera Georgia. O la de una campaña francesa contra la piratería de productos culturales que se imprimió con un tipo pirata. O la de Ecofont, un programa que apolilla otros tipos, llenándolos de agujeritos microscópicos para que se consuma menos tinta en la impresión. Pero ninguna tan sensacional como la biografía secreta de incesto y zoofilia de Eric Gill, que le da un aire súbita y cómicamente depravado a los rótulos de la BBC y a las cubiertas de Penguin.

Poca gente lo sabe, pero estamos rodeados de tipómanos. En internet basta con dar una patada a una piedra para que salgan tres o cuatro. Varios se han reunido para hacer «Type War», un videojuego muy simple en el que hay que identificar el tipo de una serie de letras. A la altura del nivel 9, bastante contagiado ya de tipomanía, dejo el juego para hacer un test de personalidad en línea cuyo diagnóstico no se expresa en temperamentos ni en términos freudianos, sino en familias tipográficas. Así, descubro con halago que soy un Lumos, un tipo extravagante, con unos palos más largos que otros, serifas asimétricas y trazos nerviosos, para el que sólo existen mayúsculas. Un tipo que parece hecho para rotular clubes de jazz de los años 40 o películas de Tim Burton.

Unos minutos después, Kathleen hace el test. El veredicto del programa es espeluznante e inapelable: ¡Futura! Racional, geométrica, alemana: letra de membrete oficial y de fábrica de automóviles. Por fortuna, los caracteres que en modo alguno podrían coexistir sobre el papel sí pueden hacerlo en un piso razonablemente espacioso y soleado.