Conferencia de Jean-René Ladmiral en la vetusta aula Wittert, con sus pupitres corridos de madera, intolerables más allá de una hora y media. El ponente nos es presentado como un dinosaurio de la traductología. La denominación misma de la disciplina se le atribuye. Es traductor de Kant, Nietzsche, Adorno, Habermas, y mucha gente se sorprende de que siga vivo, no tanto por lo que tiene de viejo como de canónico. En su último libro, Sourcier ou cibliste, discute sus dos creaciones terminológicas más célebres, dos términos que designan actitudes contrapuestas frente a la traducción y que irónicamente resultan difíciles de traducir; por ello, las ideas de Ladmiral se discuten en muchos países sin haberlas leído, a través de referencias de aquéllos que han tenido acceso a las ediciones francesas. «Sourcier» y «cibliste» son adjetivos derivados respectivamente de «source» y de «cible», las culturas originarias y destinatarias del proceso de traducción, de modo que una adaptación castellana podría ser «originalistas» y «destinalistas». No obstante, los innumerables juegos y torsiones a los que Ladmiral (y sus detractores) han sometido estos términos hacen vana la pretensión de aclimatarlos a otras lenguas.
El prestigio intelectual de Ladmiral contrasta con el tono cómico de su ponencia —por momentos recuerda a las de Ramón Gómez de la Serna— y con su indumentaria viejuna. Lleva las gafas de Michael Caine, una chaqueta roja y una corbata azul celeste que se da de patadas con todo lo que se le acerque como no lo haría un quinqui acorralado. Parece uno de esos tipos que cantan los números del bingo, y dicen —me lo contó Adelaida— «¡el 20, pelao!».
Ladmiral apuesta por una traducción distanciada del significante original. A modo de demostración empírica, pasa revista a las traducciones francesas del famoso dilema hamletiano: «être ou ne pas être, telle est la question», «voilà la question», etc., y, concluido el repaso, propone como modélica la solución destinalista que encontró en una edición canadiense: «Vivre ou mourir, tout est là». Esta traducción —dice— se aleja mucho del enunciado literal, pero expresa perfectamente para el lector francófono el sentido de la frase inglesa en su contexto. A fin de cuentas, nunca se traduce el texto: lo que se traduce es lo que pensamos que pensaba el que escribió el texto cuando lo escribió. Por ello, podría decirse que «vivre ou morir, tout est là» no sólo es mejor que todas las formulaciones francesas, ¡también es mejor que la de Shakespeare!
Cuando se apagan las risas, Ladmiral enlaza con la anécdota de un examen oral de literatura. La estudiante entra al despacho y empieza a divagar, esperando quizá que el profesor le dé alguna pista con la que salir del paso. El profesor, que es duro de pelar, la deja enfangarse y al cabo de un rato le pregunta: «pero vamos a ver, señorita, ¿ha leído usted el libro?». La estudiante tiene una salida inspirada:
—No personalmente.
Aunque muchos de los chascarrillos que ha contado Ladmiral están desconectados unos de otros, en esta ocasión el chiste viene muy al pelo. «¿Leemos el libro si leemos su traducción?», se pregunta retóricamente. Y se contesta por silogismos: la traducción literaria no consiste en descifrar un texto, sino en habitar una lengua; sin embargo, raros son los lectores para los que la lengua de un original extranjero es una segunda vivienda en la que pasan largos meses del año; por lo cual, la mayor parte de las veces la mejor manera de leer literatura extranjera es la de la estudiante de la anécdota: no personalmente.