Tirandillo

Tirandillo
Diez años justos de garambainas. No está mal. Aquí lo dejo para explorar otras formas de correspondencia. Mi intención es reunir una o dos veces al año textos parecidos a los que he venido publicando aquí, y enviarlos por correo postal. Para recibirlos —gratis, mientras pueda permitírmelo—, envíame tus señas a la dirección siguiente:

Nos seguimos leyendo.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Anoche fui con Alfredo a la Cité Miroir, donde echaban un documental sobre El Mercurio, diario y emporio mediático chileno que lleva perteneciendo a la misma familia desde mediados del siglo XIX. Tras el golpe de Estado del 11 de septiembre del 73, El Mercurio, que ya había sido muy crítico con Allende, recibió casi dos millones de dólares de la CIA que de algún modo debieron de entenderse como indemnización por la cantidad de falsedades que publicaría desde entonces. Entre esas falsedades destaca lo que ha pasado a la Historia como «la lista de los 119». Estos 119 eran en su mayoría militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria que el nuevo régimen había hecho desaparecer. Ante las acusaciones de detenciones ilegales, torturas y ejecuciones sumarias, el servicio secreto de Pinochet, la DINA, tuvo una idea sórdida: mandó agentes a Argentina con la misión de sacar cadáveres de la morgue, meterles en los bolsillos cédulas de identidad de los desaparecidos y abandonarlos en los Andes. A continuación, dos números únicos de revistas hasta entonces inexistentes informaron en Argentina y Brasil de que esos cadáveres correspondían a militantes del MIR que habían muerto cruzando la frontera, o que se habían matado entre ellos. En Chile, El Mercurio y otros diarios de la misma familia dieron por válida esta información pese a lo turbio de su procedencia, y se resistieron a indagar más en el asunto a pesar de los insistentes requerimientos de los familiares de desaparecidos.

Algunos de ellos están hoy en la sala: la sobrina de uno, el cuñado de otro. Después de la proyección cuentan que uno de los argumentos más sólidos para contestar la explicación oficial sobre el fallecimiento de los 119 fue el testimonio de decenas de personas que habían coincidido con ellos en los calabozos secretos de la DINA. Muchos de esos testigos estaban presos en un campo de concentración cerca de Valparaíso. Ante la negativa de los medios a tomar en consideración su testimonio, iniciaron una huelga de hambre. Dos de ellos, que sobrevivieron y emigraron a Bélgica, están también sentados en las butacas de la sala de proyección.

Le dan el micrófono a uno de ellos, un señor todavía joven —debía de ser casi un niño en el 75—, con un acento ceceante que podría pasar por jienense. Tiene un nombre raro, visigótico, algo así como Wenceslao o Wilfredo. «Bonestard», dice, y enseguida explica: «ye ne parle bien francé, mas ci parlo nerlandés, es pior». Luego me enteraría de que vive en Amberes. Y prosigue contando lo que le han pedido que cuente:

—Nus estions dans le campo de concentración cuand viene un con el periodíc, le yurnal, e di: «aquí pon que ce an matao, que ce zon tués les uns a les otres». Pero nuzatres zavións que ceté fals, ceté pas correcte, l'información du yurnal, parsque quelques uns de les disparús avé eté compañóns de celda, e nus zabións que ellis ne eté partis al entrager, que cé lo que le yurnal dicié.

Hasta ahí, nadie había comprendido nada, salvo que aquel hombre nos estaba presentando una tragedia tristísima de una manera involuntariamente cómica, a la manera de Roberto Benigni en La vita è bella; y tras quitarle con la potencia de la imaginación las gafas, las canas, treinta kilos y veinte años, uno aseguraría que el viejo mirista había tenido un parecido razonable con el Roberto Benigni que ha quedado fijado en aquella película, las cejas apartadas, el pelo repeinado hacia atrás y rizado en los extremos.

—Entonz, nus avóns decidé que, como nadie nus creíe, nus alón fer la greve de la fam. Me primer, nus preguntames al Partí, parsque bocú dels prizoniers eran comunistes, e les comunistes han disciplina de partí. E le comité del Partí di que non, que une greve de la fam en un campo de concentración es un provocación inaceptable. Me de tut manier nus avón fe la greve de la fam, e nus navóns manyé plus rian de rian. Ah, me dans le cam de concentración avé un general muy farucho, avec le muztacho fachista, e il di que la greve de la fam era una traición a la patria e tut un serie de barbarités. Entonz, il nus a fe former en carré (la formación en carré es una especie de U avec la forme de un carré), e il di: «¡el que quier fer la greve de la fam, que eleve la man, parsque nus alón le fuciler! ¡A ver quién tié narices!». E un camará a elevé za man, e ye he elevé ma man ocí, e otro, e otro...

Aliviado al comprobar que Walterio era consciente del efecto chusco de su acento —y, por supuesto, calificarlo de acento es tan inexacto como generoso—, y al ver que él mismo se sonreía al improvisar una traducción o calcar un modismo, el público perdió el pudor y empezó a reír a carcajadas, como si Tip y Coll le estuvieran explicando las instrucciones para llenar un vaso de agua, aunque lo que en realidad nos estaban explicando era un truco mucho más difícil y arriesgado, que si salía mal podía hacer desaparecer al ilusionista sin dejar huella.


—E luego el general del muztacho a cherché otres presos, parsque nus etións en diferentes cabañes, e lo mesme: tus elevan la man, e a la fin il avé, ye ne sé, ochente, novente prisoniers dispuestes a cer fucilés. El general ne pué fusiler a la muatié del campo de concentración, e a la fin il nos a llevé a otro campo, u nus avóns fe la greve de la fam, e za a eté tres bien.

El moderador, que es un colega del departamento de Información y Comunicación, se impacienta un poco porque aún deben tomar la palabra muchos supervivientes, y se agita en el asiento:

—Vaya terminando la huelga, Wilfredo, por favor.

—¡Non! La greve de la fam ne ce termine, parsque ye tengo que racontar une cose plus. E cé que trua señoras, trua fames, veníen por turnos con mezages de apoyo de la famille de les disparús, e nuzatres les dabam artícules, poemas, cartes, e za a eté la chose que nus a permí de terminer la greve, parsque nus sabión que nostre greve eté entendú a Zantiago, e que il avé cet zolidarité. E una de eses fames —señala a la sobrina de uno de los desaparecidos, que está en la tribuna— era la mer... no, la gran-mer de esta señorita. Bué, ya se me acabó el francés. En fin, nus etións tres fin... ¿cómo se dice «flaco»?; tres megre, eso, pero tres content, e les soldats nus on regardé con respect, e le general del muztacho fachiste también, e no ha fucilé a ningú. Vualá.

La gente ríe y aplaude con un regocijo poco justificable dadas las circunstancias, pero que a una escala muy reducida constituye una nueva victoria de la vida sobre la destrucción.