Tirandillo

Tirandillo
Diez años justos de garambainas. No está mal. Aquí lo dejo para explorar otras formas de correspondencia. Mi intención es reunir una o dos veces al año textos parecidos a los que he venido publicando aquí, y enviarlos por correo postal. Para recibirlos —gratis, mientras pueda permitírmelo—, envíame tus señas a la dirección siguiente:

Nos seguimos leyendo.

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Hemos quedado en el Amirauté para cenar con Nathalie y François, mis caseros, y para presentarles a David y Mara, que van a subalquilar el apartamento y, en cierto modo, a vestirse durante un año nuestra identidad social. François insiste en que pidamos vino rosado porque siempre ha estado presente en los grandes momentos de su vida. Hablamos de Tilff, de Madrid, de Madison, del frío que hace en Madison, y Nathalie me asegura que diez gotas al día de própolis la transportan confortablemente a través del invierno. Al final de la cena se nos pega el dueño del Amirauté y nos cuenta cómo fue esquiador olímpico, y cómo dirigió luego una discoteca en Marbella, y cómo tuvo una novia italiana que vivía en una fábrica de ataúdes; concluye palmeándose el triponcho y exclamando «¡este es mi capital!». Al volver al mostrador da instrucciones para que nos saquen otra botella de rosado, a cuenta de la casa: hemos sido un público magnífico.  

Al día siguiente, cuando estoy cerrando las maletas y terminando de recoger el piso, llaman al telefonillo. Es Nathalie, que se ha dejado caer para traerme un frasco del famoso própolis y desearme una vez más buen viaje. A su lado, espigada, su hija Louna. Le tiendo la mano y la mira con incomprensión. Tras unos segundos, termino por entender y me agacho para que me dé un beso. Las hago entrar en el piso un minuto.

—Álvaro se va a ir a América y va a escribir un libro —explica Nathalie.

Louna guiña un momento los ojos, y pregunta:

—¿De cuántas páginas?

Yo balbuceo que no sé, ni muchas ni pocas... Me giro hacia la estantería y saco la correspondencia de Erik Satie:

—Esto, por ejemplo, tiene demasiadas. Da angustia ponerse a leer un libro así de gordo. En cambio este otro —saco un Simenon— es demasiado fino, casi no merece la pena ni comprarlo, porque apenas ha empezado uno a entender de qué trata cuando se termina. Más bien algo entre los dos...

Entre Satie y Simenon escojo una historia de las invasiones marcianas escrita por Carlos Scolari, que reproduce fotogramas de viejas películas de ciencia ficción. Louna lo señala y dice: «yo también prefiero uno así».

Luego saco algunos de los cromos del mundo al revés que he ido comprando estos últimos meses:

—¿Eh? ¿Qué te parece? Estos cromos son más viejos que tu abuelo. Mira qué chulo, este tipo come por la barriga, y este otro es el arco con el que un violoncelo está tocando el violín.

Descuelgo de una pared el xilograbado de Épinal en el que varios animales van al zoológico a ver un grupo de seres humanos. Un cerdo se apoya flemático en un bastón; un león da explicaciones señalando con un puntero a los burgueses enjaulados. Louna se ríe, y dice:

—Una amiga mía tiene un libro en el que todo es al revés: la hierba es azul y el cielo es verde.

Dos horas después, David y Mara me despiden efusivamente y cierran por dentro la puerta de mi apartamento. Acostumbrado a tener algún juego de llaves en el bolsillo, noto ahora su vacío inusual. Arrastro la maleta en dirección a la estación y durante dos o tres segundos adivino la aprensión que debió de experimentar Martin Guerre el tiempo que no fue Martin Guerre.

La casera es mi amiga del alma, el trotamundos se transforma en inquilino, el inquilino se convierte en trotamundos y Valonia es un país acogedor que ya estoy echando de menos. El mundo al revés.
Post scriptum:
Unos días más tarde me escribe Nathalie. Louna ha vuelto al colegio y la primera lección trata de una niña que tiene que sacar a su madre de la cama y convencerla de que vaya al trabajo, porque ya se han acabado las vacaciones: «Louna inmediatamente se ha acordado de ti y de tus dibujos». Le respondo que le diga vaya estudiando bien el asunto para escribir un libro. Uno que no sea ni muy gordo ni muy fino.