En narratología se habla de «metalepsis» cuando se transgreden las fronteras entre dos niveles de ficción, o entre la realidad (representada) y la ficción. La interferencia de Bastian en el universo moñas de La historia interminable es un ejemplo. La amenaza de Babadook es otro: según la película homónima, Babadook es un tipo peludo y de pinta campechana que vive en un pop-up y dice «¡ba-ba-duk!»; quien abra el pop-up, sin embargo, lo liberará y será hecho picadillo por él. Vaya uno a fiarse de las apariencias.
Otro cuento sobre monstruos es A Child's First Book of Trump. En él se explican a los niños las propiedades de esa criatura con aspecto de cespín repeinado que tanto está dando que hablar: «su dieta es calderilla, sus amigos capullos / y si hace caca forman su nombre los zurullos».
El Trump del cuento ha saltado afuera de las páginas como un pop-up sin sentido de la mesura. Hay detalles inquietantes que hacen pensar en la actualidad política como en una forma de metalepsis, de intersección de mundos posibles, de abordaje de nuestra dimensión por parte de los bárbaros de la ficción televisiva. Me asalta la sospecha viendo los primeros episodios de la nueva temporada de Arrested Development, que Netflix produjo antes de las elecciones. En ella el empresario chiflado George Bluth compra miles de acres de desierto en la frontera con México, y su única manera de escapar a la ruina es convencer a algún aspirante a presidente de que hace falta construir un muro, con la esperanza de que le conceda la contrata.
Trump ganó las elecciones en el universo de George Bluth, un universo en que el papa le apoya, todos los mexicanos son criminales, Obama es el cabecilla del Estado Islámico, Hillary le vende armas y el FBI es financiado por la Fundación Clinton, la cual sirve al mismo tiempo de tapadera a una red de trata de blancas. Irónicamente, Trump no ha sido elegido presidente en ese universo, sino en el nuestro. ¿Cómo ha podido ocurrir? Alexandra Juhasz, profesora del Brooklyn College, lo explica hoy en Jstor Daily con un quiasmo muy instructivo: «la internet real es un fraude, y las noticias fraudulentas son muy reales».
Las pantallas de los televisores se hinchan como en Videodrom y de ellas brotan los gremlins que ocuparán los puestos de gobierno en todo el país y que convertirán la realidad en algo tan inverosímil como es un reality show. Un agente (real) del departamento norteamericano de Seguridad Nacional defiende en el New Yorker de esta semana una teoría ligeramente distinta: habida cuenta que «los Cubs de Chicago han ganado la liga de béisbol y Biff Tannen se ha convertido en presidente», forzosamente estamos en Regreso al futuro II «y pronto será 1985» (Biff Tannen era el malo de la película, y su parecido con Trump da efectivamente que pensar).
Para compensar el incremento en antimateria son repatriadas simultáneamente a nuestra dimensión largas columnas de refugiados digitales que han debido abandonar con lo puesto un soleado universo paralelo poblado por personajes de Modern Family y The Big Bang Theory, en donde la idea de que un Trump llegase a la presidencia era una imposibilidad estadística. Refugiarse en la ficción no es una opción razonable, pero a estas alturas lo razonable es una extravagancia kitsch (con sospechas de glam) y casi todos los demócratas tienen puestas sus esperanzas en que alguien dé con el correo electrónico de los (o las) Cazafantasmas.
P.S. Horas después de haber escrito y publicado los párrafos precedentes, el Babadook amenazó a Trump en Twitter. Este le respondió que no tenía miedo: «¿no has oído hablar del Servicio Secreto?» El Babadook tenía ahí un chiste fácil, pero lo dejó escapar y continuó rimando amenazas. Obama intervino con su prudencia característica para pedir que nadie provocase al Babadook, que está muy loco. ¡Y todos estos peces gordos han estado desvelados tuiteando por una tontería que yo escribí!