—Perdone, ¿es usted Jonathan Safran Foer?
Estoy sentado leyendo mientras espero que comience la conferencia. La sala tiene capacidad para sesenta o setenta personas, y diez minutos antes de que llegue uno de los escritores norteamericanos más celebrados de los últimos tiempos aún quedan muchas sillas libres. Quien emite la pregunta es una mujer de entre sesenta y setenta años, de aspecto amistoso, con un vestido demasiado veraniego para el aire acondicionado de la sala, que en realidad es una sinagoga. «No», respondo, y como no quiero decepcionarla enseguida añado: «pero puedo fingir que lo soy».
Me dice que se llama Estelle y que hace seis años estuvo en Madrid, donde vio una exposición de Picasso. Se dedica a organizar itinerarios didácticos para niños de primaria, en parques o en bosques. También es intérprete de cuadros clínicos; esto quiere decir que finge tener enfermedades para que los estudiantes de medicina averigüen de cuál se trata; «sin necesidad de hacerme análisis fisicos», aclara enseguida. Una semana tiene un linfoma difuso de células B, otra, diarrea crónica producida por hipertiroidismo, y otra una sinusitis crónica con pólipos nasales. A veces los estudiantes acaban olvidando que no es una paciente real y se sorprenden de verla comandando una columna de niños por el jardín botánico, en lugar de estar zapeando en cuidados paliativos.
Jonathan Safran Foer, con el que efectivamente comparto retrato robot, lee pasajes de su último libro, que se titula Here I Am. El ejemplar es el primero que le mandó la imprenta para corrección de pruebas, y ha dado tantas conferencias con él que se desintegra a ojos vista. Mientras lee, pedazos de Here I Am van desprendiéndose y posándose suavemente en el suelo bajo una reproducción de las Tablas de la Ley escritas en caracteres hebreos.
Cuando termina de leer los pasajes que había seleccionado, se me han pasado todas las ganas que pudiera tener de leer la novela. Pero una novela titulada Here I Am parece admitir desde el título su carácter vicario de la presencia física de su autor. Cerrada la novela, Jonathan Foer habla cómo estos últimos años hemos ido simplificando las experiencias, y hacemos cosas como estudiar sin ir a clase o ir de compras sin salir de la cama. Son lo que él llama «sustitutos disminuidos». WhatsApp es un sustituto disminuido del correo electrónico, que a su vez es un sustituto disminuido de la carta, que a su vez es un sustituto disminuido del encuentro personal.
Pero ¿debemos restringir este razonamiento a los inventos del siglo XXI? Estelle es una sustituta disminuida de un enfermo terminal, del mismo modo que yo he sido esta tarde para ella un sustituto disminuido de Jonathan Safran Foer, que a su vez es un sustituto disminuido del rabino que alguna vez predicó en esa sinagoga, que a su vez era un sustituto disminuido de Moisés, que a su vez era un sustituto disminuido de Jehová, que a su vez es un sustituto disminuido de los esfuerzos de la especie humana por conocer nuestro lugar en el universo. Que a su vez es una pálida sombra de la experiencia pavorosa e inenarrable que sería comprender en su exacta magnitud nuestra cósmica insignificancia.