Tirandillo

Tirandillo
Diez años justos de garambainas. No está mal. Aquí lo dejo para explorar otras formas de correspondencia. Mi intención es reunir una o dos veces al año textos parecidos a los que he venido publicando aquí, y enviarlos por correo postal. Para recibirlos —gratis, mientras pueda permitírmelo—, envíame tus señas a la dirección siguiente:

Nos seguimos leyendo.

miércoles, 9 de agosto de 2017

Una de las violentas tormentas de la semana pasada ha tirado la mitad del arce que hay delante de la casa de al lado. El tronco está abierto de arriba abajo, pero la otra parte ha quedado en pie. Si hubiera sido un rayo, el corazón del árbol estaría quemado y seguiría oliendo a chamusquina durante los días siguientes; pero ha sido la fuerza del viento. Brian teme que la próxima vez el resto del arce se caiga sobre su casa, pero como está en terreno público no puede tocarlo.

Kathleen me hace notar que casi todos los árboles de la calle han crecido en horquilla. El tendido eléctrico tiene que pasar por alguna parte, de manera que fueron podando los árboles año tras año para que sus copas crecieran a ambos lados de los cables. Luego sopla el viento y los desgaja.

Brian es el vecino. Tiene una barba blanca y lacia, y siempre lleva una gorra de béisbol. Trabaja de técnico en la televisión local y es muy tímido porque tiene soriasis y huele un poco raro. A lo mejor le ha caído un rayo. El otro día estuvo en casa tomando unas cervezas y nos dijo que no ve la hora de que el ayuntamiento corte el arce. Como proyecta una sombra tan tupida, no le crece nada de lo que planta delante de su casa; sólo brotan hierbajos, que, privados de luz directa, se llenan de mosquitos. El otro día le llegó un aviso del ayuntamiento porque los hierbajos había crecido por encima de las veinte pulgadas reglamentarias. Si fueran plantas de jardín, como adelfas, evónimos, lirios, gladiolos o girasoles, podrían superar esa altura, pero las plantas silvestres no.

En realidad sí, a condición de obtener el certificado oficial de «hábitat adaptado a los pájaros»; o sea, silvestre. Pero hay que rellenar muchos expedientes y pasar por muchas ventanillas para tener un jardín asilvestrado.

Brian nos dice que si el medio arce que aún se tiene en pie cayese sobre su casa, los jardineros municipales cortarían la parte que estuviera más allá de la acera y se la llevarían, pero él tendría que ocuparse de lo que quedase más acá de la acera (probablemente la copa y la mayor parte del tronco, que tiene un metro de diámetro), y además debería reparar a sus expensas los desperfectos.

Hoy ha venido por fin un camión del municipio a cortar el arce. Uno de los técnicos se ha pasado la mañana troceándolo desde una grúa, de arriba abajo. Algún vecino quería que les dieran la madera, pero un reglamento lo prohíbe. Otro técnico miraba nuestro manzano, que está ahora lleno de manzanas y de escarabajos esmeralda, no se sabe si con ganas de comerse una o de pasarle la motosierra.

Ahora que ya sólo queda el tocón del arce, se ve que Brian ha cortado muy mal el césped, como a bocados. Parece un solar, pero ya están todos contentos.