Tirandillo

Tirandillo
Diez años justos de garambainas. No está mal. Aquí lo dejo para explorar otras formas de correspondencia. Mi intención es reunir una o dos veces al año textos parecidos a los que he venido publicando aquí, y enviarlos por correo postal. Para recibirlos —gratis, mientras pueda permitírmelo—, envíame tus señas a la dirección siguiente:

Nos seguimos leyendo.

viernes, 29 de septiembre de 2017

Suelo decir que en L*** no tengo ningún sitio preferido, pero ya no es cierto. Nunca lo fue, en realidad, porque estaba el Pot Au Lait, un pub de suelo irregular, lleno de recovecos, de hornacinas con santos de cabeza alienígena, de vírgenes deformes, de maquinarias incomprensibles, de lámparas votivas y de cuadros siniestros que en conjunto componen una casa-museo del surrealista desconocido o retículo de la amígdala de David Lynch. Pero el Pot Au Lait es para ir por las noches, y yo a las seis de la tarde completo mi diaria transformación en detritus y tomo el autobús del servicio municipal de basuras.

Enfrente de la facultad, en la planta baja de un espantoso aparcamiento de superficie, han abierto una tasca que se llama En Ville.  Tiene sillas de diversa procedencia, un banco corrido lleno de cojines, una estantería con libros infantiles, una estantería con vinilos de David Bowie y un florero maravilloso con forma de cabeza de señor simpático con bigote. La dueña es una chica muy despierta y enérgica; ahora ya nadie hace adaptaciones cinematográficas de Chaucer o de Boccaccio, pero si alguien las hiciera debería enviar a su director de casting a que la viese, porque tiene el tipo exacto de una de esas venteras de cuento con enredo: las caderas anchas, la pisada firme y la mirada irónica.

La carta de En Ville es una pizarra con cuatro cosas, pero bien ricas: huevos fritos con pan artesano, puré de verduras, un par de bocadillos de queso de granja y una ensalada. Ahora, que no es una de esas ensaladas-coartada que se ponen sin aliñar junto a un filete para dar la sensación de que uno no sólo come carne: la ensalada que hace la ventera de En Ville tiene berenjena al horno, pimientos asados, zanahoria, calabaza, cebolla caramelizada, endivias, coliflor, nabo, lentejas, crema de garbanzos y bayas. Que yo recuerde. Es la alegría de la huerta, la paleta de Arcimboldo, cornucopia de ocasión.

Me acerco a pagar y la ventera se llega a la caja metida aún en conversación con su compañera:

—¡...qué le voy a hacer yo si las atraigo!
—¿A quiénes, a las clientas? —pregunto yo, adulador como el señor antiguo que no tardaré ya mucho en ser.

Ella se sonroja y disimula una sonrisa, como cogida en falta.

—Eso es algo que no le puedo decir.